Operación inmobiliaria en el Manzanares

Cambiar de barrio

No recuerdo bien dónde vivía mi tío Carmelo, un simpático tío segundo del que sólo guardo memoria de momentos que tienen que ver con la fantasía infantil. Creo que era por Usera. Me viene a la memoria una casa pequeña, de juguete y llena de inventos. Era inventor de objetos inútiles. Y era gordo, gracioso, cariñoso y del Atlético de Madrid. Creo que él pudo ser el culpable de esta condición tan peculiar de ser del Atlético.

Ser de un equipo que en mi memoria siempre estuvo entre los mejores. Y que muchas veces era el mejor. Ser del Atlético no era una cosa rara, ni una excentricidad, er...

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No recuerdo bien dónde vivía mi tío Carmelo, un simpático tío segundo del que sólo guardo memoria de momentos que tienen que ver con la fantasía infantil. Creo que era por Usera. Me viene a la memoria una casa pequeña, de juguete y llena de inventos. Era inventor de objetos inútiles. Y era gordo, gracioso, cariñoso y del Atlético de Madrid. Creo que él pudo ser el culpable de esta condición tan peculiar de ser del Atlético.

Ser de un equipo que en mi memoria siempre estuvo entre los mejores. Y que muchas veces era el mejor. Ser del Atlético no era una cosa rara, ni una excentricidad, era una voluntad de ser optimistas, animosos y mantener el buen humor. El Atlético de Madrid, y no quiero entrar en esas historias de los orígenes, era un equipo que podía ganar a cualquiera, que muchas veces lo hacía y que tenía unos seguidores, y unos estadios, populares. Como un inmenso hogar un poco destartalado, pero muy preparado para recibir a una familia numerosa. Y con voluntad de ser feliz.

Muy pequeño, como en edad de primera comunión, tengo un difuso recuerdo de una tarde del estadio del Metropolitano. Aquel estadio que me pareció enorme, estaba cerca de los Cuatro Caminos, de la Universitaria y de los desmontes de una zona que había conocido las batallas, la resistencia y la derrota en la Guerra Civil. Mejor que yo, por años y por asistencias, lo recuerda el editor Chus Visor, mi más cercano amigo de fútbol y otras poesías. Mantiene un evocador cariño por aquel viejo estadio, incómodo, popular, con gradotas para estar en pie hasta la derrota final. O eufóricamente en pie hasta la victoria, que también había de eso. Recuerda Visor los anuncios de aquel lenitivo del dolor, aquel infalible remedio contra los disgustos, contra los dolores de cabeza, que muchas veces nos dan nuestros equipos. El anuncio de Okal, con cuatro hombres anuncio que se disfrazaban de las letras, que se confundían para que la hinchada les gritara, aplaudiera o corrigiera el error. Éramos niños. También éramos como niños.

Aquel simpático estadio, en aquel barrio tan popular, tan madrileño, no servía para el crecimiento del club, de su afición y para su voluntad de ser más grande. Ahora tocaba otro barrio, naturalmente popular. Nos ponían mirando a Toledo. Pero eso sí, al lado de otro de los símbolos festivos de la ciudad, la fábrica de cervezas Mahou. Que sería en el origen una empresa alemana, no precisamente del krausismo, pero sin duda una de las referencias del beber castizo de una ciudad. Y de más allá. Como el Atlético, que también es mucho más que un club.

El nuevo estadio, con sus aireadas esquinas sin terminar, con su estética de feísmo y toma el dinero y corre, con sus vientos abiertos y sus calores de rigor ha sido el estadio de nuestras vidas atléticas. No era el más bonito. Ni el más cómodo. Ni estaba bien integrado en un barrio porque le rodeaban, le rodean, dos fronteras nada simpáticas: la M-30 y el Manzanares. Pero enseguida lo quisimos. Ganamos algunas ligas y, aunque ahora parezca un sueño, un delirio, perdimos injustamente. Y perdimos con mucha justicia tantas tardes de ilusión y decepción. Un estadio donde fuimos felices. Hasta celebramos un doblete. ¡Qué cosas no habrán visto nuestros ojos! Para mí, y olvidándome de disgustos, de tantos malos momentos con el equipo y con parte de un público fanatizado, perder el Manzanares es perder un lugar donde hemos sido felices. Bajar andando desde Latina, hacer pasadas con cañas, caracoles o bocadillos de calamares. Un lugar para renovar ilusiones, es decir, para volver a ser ilusos y olvidarnos de la realidad. Tantas veces demasiado tozuda.

La cosa estaba cantada. Hace unas semanas me encontré con Enrique Cerezo, ese atlético que se hizo rico con el cine español, y una vez más desde el cariño, pero también desde el mosqueo, le increpé lo de Torres. Casi me convence de que era lo mejor para el club, para los seguidores, para los atléticos y para el fútbol. Cuando conté el encuentro a algunos amigos atléticos, me recordaron: "Cerezo es muy listo. Es un tipo que sabe de negocios. Ya verás cómo después de Torres viene la venta del estadio". Estaba cantado. Nos pareció que cada vez nos estábamos pareciendo más a otros equipos. Somos sociedad anónima, negocios de gentes de negocios. Carne de especulación inmobiliaria. De esos que son engañados por intereses que desconocemos. Somos atléticos.

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