Tribuna:

Así era él

Una tarde de finales de abril de 1991, Jesús de Polanco me invitó a bajar a su despacho de Méndez Núñez, como le gustaba hacer tantas veces para finalizar la jornada en una conversación informal.

Aquél no era un día cualquiera. Jesús acababa de regresar de uno de sus largos viajes por América Latina y, en su ausencia, la SER había provocado un incendio informativo de los que hacen época, difundiendo las famosas cintas de Benegas.

La publicación de la noticia generó un cataclismo político y mediático que, entre otras cosas, se llevó por delante la venta a PRISA del 25% que el Esta...

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Una tarde de finales de abril de 1991, Jesús de Polanco me invitó a bajar a su despacho de Méndez Núñez, como le gustaba hacer tantas veces para finalizar la jornada en una conversación informal.

Aquél no era un día cualquiera. Jesús acababa de regresar de uno de sus largos viajes por América Latina y, en su ausencia, la SER había provocado un incendio informativo de los que hacen época, difundiendo las famosas cintas de Benegas.

La publicación de la noticia generó un cataclismo político y mediático que, entre otras cosas, se llevó por delante la venta a PRISA del 25% que el Estado poseía en la radio, dentro del plan de privatización de medios escritos y audiovisuales que Felipe González puso en marcha. Aquel ejercicio de independencia tampoco esta vez fue gratis, ya que la SER hubo de pagar 2.400 millones de pesetas, por lo que podía haber adquirido por 800 millones dos años antes, de no haber difundido aquel testimonio fehaciente de la profunda crisis de confianza entre el presidente González y su vicepresidente, Alfonso Guerra. Y con todo, éste no fue el precio más alto que Jesús de Polanco ha tenido que pagar para hacerse perdonar.

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Este solo dato bastaría para definir el sentido de la independencia que el presidente de PRISA inculcaba a sus medios y a sus profesionales. Pero todavía tiene más significación el hecho poco conocido de que esa noticia se diera no sólo en su ausencia, sino también sin su conocimiento previo.

Un encadenado de circunstancias, motivado con su presencia en Buenos Aires camino de Chile, y una huelga de teléfonos en España, llevó a que el presidente de la SER no conociera hasta las seis de la tarde, hora española, lo que su cadena estaba dando desde las ocho de la mañana. Juan Luis Cebrián había dejado la decisión a tomar a la autonomía profesional de Augusto Delkader, en tanto que director de la cadena, sabiendo ambos que, fuera cual fuera, merecería su apoyo.

De regreso a España, y todavía en medio del fuerte oleaje, aquella tarde Jesús me hablaba con pasmosa tranquilidad: "Yo estoy aquí para compartir los aciertos y los errores de los profesionales en el ejercicio de su independencia. Esta vez me cabe la satisfacción de haber podido felicitar a la SER por su trabajo".

Cuando hace apenas dos semanas le oí decir que "PRISA no está aquí para ganar dinero, ni poder ni posición, sino para seguir siendo una empresa de comunicación con vocación de ganar en tamaño y calidad desde la garantía de la unidad familiar y la solvencia de los profesionales", no sabía que asistía a una declaración final, pero sabía que lo decía a conciencia.

Pasé seis años a su lado como director de comunicación y otros muchos en tareas por él encomendadas, la última en Cuatro, objeto de nuestra última conversación, tan llena de optimismo por su parte sobre el futuro de la cadena. Hablamos del 10% de audiencia como objetivo y, aun sabiendo que no estaba lejano, me dijo: "Daos prisa, que a lo mejor no lo veo". Lo verá.

Del Jesús humano, cercano, discreto, puntual, del hombre que siempre devolvía las llamadas y respondía la correspondencia de su puño y letra, del que siempre cedía el paso y siempre apagaba la luz, tal vez no han oído hablar, a pesar de tanto como se ha escrito y se ha dicho sobre él, pero doy fe que ése y no otro era el verdadero Jesús de Polanco. No será un grande de España, pero España es un poco más grande después de él.

Daniel Gavela es director general de Canal Cuatro.

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