MIRADOR

La balsa de Iberia

El Nobel de literatura José Saramago, muy ibérico y bastante español sin duda, pero tan portugués como la casa de Avis, ha cometido el pecado imperdonable para algunos de nuestros hermanos celtas y atlánticos de proponer o más bien vaticinar que la integración -en absoluto, absorción- de Portugal en una España seguramente federalizada es inevitable. No es el primero.

Entre el selecto núcleo de iberistas portugueses, el gran historiador Oliveira Martins siempre sostuvo que Portugal formaba parte de España; pero no la de los Habsburgo, o los antiguos Borbones, sino de una patria co...

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El Nobel de literatura José Saramago, muy ibérico y bastante español sin duda, pero tan portugués como la casa de Avis, ha cometido el pecado imperdonable para algunos de nuestros hermanos celtas y atlánticos de proponer o más bien vaticinar que la integración -en absoluto, absorción- de Portugal en una España seguramente federalizada es inevitable. No es el primero.

Entre el selecto núcleo de iberistas portugueses, el gran historiador Oliveira Martins siempre sostuvo que Portugal formaba parte de España; pero no la de los Habsburgo, o los antiguos Borbones, sino de una patria común peninsular y plurinacional, a la que los romanos, con la vista que les caracterizaba, bautizaron de Hispania. Iberia toda.

Pero que no se preocupen los gran-nacionalistas lusos, ni se alegren los gran-nacionalistas celtibéricos, porque, además de que Viriato era, indiscutiblemente, un pastor del Douro -no del Duero-, esos porcentajes que arrojan ciertas encuestas de portugueses que quieren la unión a España y de españoles que verían de buen grado la absorción de Portugal son sólo flor de un día. Los problemas que plantearía el flete con garantías de navegabilidad de esa balsa de los pueblos peninsulares son tan inmensos, que sólo un vuelco sensacional de sentimientos y aspiraciones a ambos lados de la frontera podría hacerla realidad.

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Imaginemos lo que sería la acumulación de una nueva nacionalidad a una España que, a comienzos del siglo XXI, alberga todavía una minoría, pero no insignificante, de sus ciudadanos que no se reconocen como españoles. Felices los portugueses que en su totalidad, incluido hasta el último iberista, saben que son lusitanos. ¿Y para qué iban a querer darse otro nombre?

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