MIRADOR

El vicio incurable

Que José Bono regrese a la política activa después de 15 meses de retiro voluntario por razones familiares no es una sorpresa. La noticia es cómo ha resistido tanto tiempo para sus cánones personales. En realidad, el político socialista nunca se fue. Un hombre que ha dedicado la mitad de la vida a la función pública, probablemente no resiste a la tentación del regreso. Es la enfermedad del animal político, que necesita sentirse oído y querido, que considera que puede dar muchas cosas a eso que se llama el bien común y sobre todo que nutre su ego a través del baño de multitudes y de su volumen ...

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Que José Bono regrese a la política activa después de 15 meses de retiro voluntario por razones familiares no es una sorpresa. La noticia es cómo ha resistido tanto tiempo para sus cánones personales. En realidad, el político socialista nunca se fue. Un hombre que ha dedicado la mitad de la vida a la función pública, probablemente no resiste a la tentación del regreso. Es la enfermedad del animal político, que necesita sentirse oído y querido, que considera que puede dar muchas cosas a eso que se llama el bien común y sobre todo que nutre su ego a través del baño de multitudes y de su volumen de presencia en los medios de comunicación por centímetro cuadrado. Bono es un activo para Rodríguez Zapatero y lo sabe el jefe del Gobierno, que supuestamente intentó persuadirle en noviembre del año pasado a ser candidato a la alcaldía de Madrid. Bono, que es listo, pidió a cambio garantías para ser presidente del Congreso si fracasaba el proyecto. Pero se aguó al final. Es un populista con el que conecta parte de la población (incluidos socialistas) en temas como el nacionalismo, el terrorismo o la religión.

Que el PSOE piense colocarlo como cabeza de lista por Toledo en las próximas legislativas es inteligente. Ahora bien, no es muy respetuoso que se adelante que el partido piensa en él como sucesor de Manuel Marín en la presidencia de la Camara, no sólo para éste cuando aún no ha terminado la legislatura, sino también para la propia función de tal cargo. Todo el mundo debería saber que la presidencia de las Cortes no es predio de ningún grupo político y que su elección tendría que ser fruto de un consenso. De momento, la idea ya ha sentado mal a los nacionalistas catalanes.

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