Reportaje:Tenis | Wimbledon

El duelo entra en la leyenda

Roger Federer se apunta una magnífica final ante un Rafa Nadal que le llevó al límite

Un rival formidable, cuatro bolas perdidas y una rodilla vendada dejaron ayer a Rafael Nadal sin título de Wimbledon. Venció Roger Federer, irresistible en su carga final por un título que siente como suyo. Y perdió el español, que se quedó rumiando las cuatro bolas de break de que dispuso cuando el encuentro se discutía en el quinto set, peleado de tú a tú, sin red ni seguro y al borde del precipicio. Puesto frente al abismo, Federer reaccionó con brillantez. Nadal, no. Magnífico en el cuerpo a cuerpo, decidido en la finalización y aventurero durante todo el partido, el español arriesg...

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Un rival formidable, cuatro bolas perdidas y una rodilla vendada dejaron ayer a Rafael Nadal sin título de Wimbledon. Venció Roger Federer, irresistible en su carga final por un título que siente como suyo. Y perdió el español, que se quedó rumiando las cuatro bolas de break de que dispuso cuando el encuentro se discutía en el quinto set, peleado de tú a tú, sin red ni seguro y al borde del precipicio. Puesto frente al abismo, Federer reaccionó con brillantez. Nadal, no. Magnífico en el cuerpo a cuerpo, decidido en la finalización y aventurero durante todo el partido, el español arriesgó un mundo cuando tuvo cuatro bolas para asaltar el servicio del suizo. No las aprovechó. Y como dejó que se le escaparan, perdió una final con hechuras de gran batalla y trazas de partido grande. Federer nunca perdona.

El español acabó con dolores de rodilla y perdió cuatro bolas de 'break' en el quinto set Sintiéndose amenazado, el suizo tuvo el empuje y la seguridad que distingue a los grandes
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Los dos mejores jugadores del mundo se enfrentaron entre un silencio sepulcral. Más de 13.000 personas calladas observaban el espectáculo. Su sigilo fue el mejor homenaje a un partido único, que pronto tomó carácter de gran ocasión. El tenis total conquistó Wimbledon. Todas las escuelas, todos los estilos y todas las tácticas quedaron resumidos en el encuentro. La lucha de Federer y Nadal se vivió punto a punto, bola a bola y golpe a golpe. El espectáculo, por disputado, tenso y presentado en escenario grande, fue impresionante.

Abierta la batalla, Nadal fue el más duro de los contrincantes. Con el partido cuesta arriba, el español aceptó el pulso. Tiró duro y a las líneas. Y colocó el encuentro en la puerta del quinto set tras más de tres horas de juego. La final había entrado en terreno Nadal. El mallorquín marchaba con viento a favor. Era un tenista con un destino. Un hombre con el camino despejado hacia su objetivo. Entonces, contraviniendo todas las reglas de la psicología, tuvo que llamar al fisioterapeuta. Le dolía la rodilla derecha. Se la vendaron. Y, entre masaje y masaje, Federer volvió a creer que todavía había partido para él.

Para cuando el encuentro llegó al balcón de las decisiones críticas, los dos finalistas ya habían puesto en juego valor, agallas y tenis de muchos quilates. Disputaron cinco sets que merecieron ser diez y nunca, fuera quien fuera por delante, dejaron de retarse y de arriesgarse sin salvoconducto ni pasaporte en territorio enemigo. El partido, por disputado y brillante, añade la poca pimienta que le faltaba a una rivalidad que amenaza con convertir en intrascendente cualquier otro partido del tenis contemporáneo.

Federer, que es un jugador excepcional, acumula desde ayer 11 títulos del Grand Slam y cinco trofeos de Wimbledon consecutivos, con lo que iguala el récord de Bjorn Borg. Y Nadal, el único jugador que tiene golpes y temple para retarle, sumó su segunda final perdida en la Catedral del tenis. El español, sin embargo, se marcha demostrando que ya es mal cliente en cualquier tipo de superficie. Sobre tierra batida, el tenis de Nadal truena. En hierba, relampaguea.

Federer mezcló el arte y la fragua. Apareció en el partido como un ciclón y sorteó las dudas con un servicio impecable y temible, la escopeta desde la que disparó más de 20 aces. Nadal, por su parte, demostró que ya ha descifrado todos los secretos de la hierba. Peina bajo sus golpes cuando no sopla el viento. Comba la bola cuando busca seguridades. Y tiene instinto para la volea. Le falta decisión en la búsqueda de la red, un territorio peligroso que premia con puntos fáciles a los que lo pisan con criterio. Y tendrá que superar un dato peligroso: acostumbrado a vivir confiado en la ventaja de su físico privilegiado, el español sólo ha perdido tres partidos a cinco sets en toda su carrera. Dos, contra Federer.

El suizo defendía ayer su orgullo y el status quo del mundo del tenis. Sintiéndose amenazado en su propia casa, tuvo el empuje y la seguridad que distingue a los más grandes. Que se impusiera a Nadal en dos tie-breaks que pudieron cambiar el partido no es casualidad. Tiene tiento y pulso. Claridad de ideas. Y calma donde otros sólo zozobran. Si sufre ante Nadal, un tenista que logra desconectarle a cada instante, es porque el español multiplica en su personalidad los rasgos que han hecho grande al suizo: convicción en las propias posibilidades, capacidad competitiva, dosis inagotables de amor propio, y una fe absoluta en sí mismo. Nada de eso se enseña. Se tiene o no se tiene. Y a Nadal le sobra. Es la marca de los campeones.

Rafael Nadal devuelve desde la hierba una pelota a Roger Federer.EFE

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