Juicio por el mayor atentado | 11-M

El gamo en camiseta

Tenía 21 años el 11 de marzo de 2004. Tres años después de salir corriendo, el 3 de abril de aquel año, del cerco policial del piso de Leganés -gracias a su preparación deportiva para las carreras de 5.000 metros-, El Gamo, como se le conocía, luce un rostro relajado en la pecera de los acusados. Este joven a quien se acusa de ser autor material de la matanza del 11-M está entregado a su actividad habitual, que es departir en árabe con su colega Youssef Belhadj, procesado por integración de la banda terrorista. Bouchar lleva una camiseta blanca con la marca Boss, tan ajustada que deja en evide...

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Tenía 21 años el 11 de marzo de 2004. Tres años después de salir corriendo, el 3 de abril de aquel año, del cerco policial del piso de Leganés -gracias a su preparación deportiva para las carreras de 5.000 metros-, El Gamo, como se le conocía, luce un rostro relajado en la pecera de los acusados. Este joven a quien se acusa de ser autor material de la matanza del 11-M está entregado a su actividad habitual, que es departir en árabe con su colega Youssef Belhadj, procesado por integración de la banda terrorista. Bouchar lleva una camiseta blanca con la marca Boss, tan ajustada que deja en evidencia sus músculos. Ríen despreocupados. O precisamente por estar preocupados, ríen.

Un letrado de una de las 28 defensas de los acusados, en un rapto de franqueza, mira en el receso hacia el habitáculo y dice: "El grupo dirigente está ahí". El periodista, buscando mayor precisión, apunta: "El grupo que sobrevivió". El letrado concede: "Sí, los que lograron sobrevivir".

"Los letrados y letradas hacen su trabajo. Algunos tienen imaginación. Y humor"
"¿Y sus rastros en el hueso del dátil encontrado en la bolsa de basura?"
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Abdelmajid Bouchar es todo un símbolo, es la presencia material, en carne y hueso, de la masacre del 11-M, el mayor ataque terrorista en la historia de España. Aunque fuese el único ejemplar, que no lo es, representa el testigo de cargo más poderoso contra los promotores de la teoría de la conspiración que han buscado y siguen buscando lo mismo: desacreditar la investigación sumarial para difuminar el carácter islamista del atentado.

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A punto de ser cogido in fraganti el 3 de abril de 2004, logró zafarse y correr, al tiempo que avisó a sus compañeros del cerco policial para que éstos pusieran en marcha la operación resistencia-inmolación. No, no es el único que se rajó. Mohamed Belhadj y Mohamed Afallah también consiguieron hacerse humo. Pero mientras los otros dos pudieron terminar en Irak, Bouchar, después de errar un tiempo por Europa del Este, fue detenido en Serbia. Y aquí está.

Su letrado de oficio, al presentar su alegato, hace lo que puede. Ningún testigo -asegura-, ha situado a Bouchar en el escenario de los trenes. No se ha encontrado su ADN ni en la Renault Kangoo ni en las ropas de Vicálvaro. La testigo S-20... identificó a Bouchar en rueda de reconocimiento; pero resulta que las fotografías del acusado ya habían salido publicadas en los medios de comunicación. La referida testigo se retractó con posterioridad.

La defensa continúa. Se ha dicho que existe "mancomunidad terrorista". Sin embargo, no hay tráfico de llamadas entre Bouchar y el resto de imputados; no iba a Virgen del Coro ni al río Alberche; no asistió a las reuniones de los Mc Donald?s de Carabanchel y Moncloa. Varios testigos han dicho que Bouchar es deportista y que le conocen de jugar al fútbol. Cartagena no conoce a Bouchar; tampoco Abu Dahdha, Mohamed Cheddadi, Mustafá Maymouni,... "Nadie conoce a Bouchar", insiste el abogado.

Probablemente estos indicios, relevantes en otros acusados, no lo son en el caso de Bouchar. La investigación ató los cabos sobre Bouchar a través de las huellas que dejó en una placa transportable situada en Morata de Tajuña, la guarida en la que Jamal Ahmidan El Chino organizó materialmente el atentado. "Es raro que no se encontraran en una pared", señala retóricamente el letrado. ¿Y en Leganés? "Sólo se encontraron sus huellas en un libro de los que pasan de mano en mano", señala el abogado.

Como Bouchar es un superviviente de Leganés, y la carga de la prueba está allí, además de sus huellas en Morata de Tajuña, la defensa no puede hacer más que una cosa práctica: insistir en que no hay pruebas sobre su presencia en los trenes de la muerte como posible autor material. Ni en Leganés, porque, dice el letrado, "en cualquier caso Bouchar habría salido del piso mucho tiempo antes de la explosión".

Claro, en realidad, si se atiende a la acusación que pesa sobre él, fue precisamente mientras huía que alertó a sus compinches. Fue algo como un temporizador humano. Su llamada puso en marcha el mecanismo del suicidio colectivo de los siete terroristas suicidas.

¿Y sus rastros en el hueso del dátil encontrado en la bolsa de basura que él bajó mientras se estrechaba el cerco sobre el piso de Leganés la noche del 3 de abril?

"La bolsa contenía un hueso de dátil, se ha dicho; sin embargo, no se practicó análisis de ADN alguno hasta 2005, después de ser detenido Bouchar en Serbia", explica su letrado. ¿Y qué?

Los letrados y letradas de oficio hacen su trabajo. Algunas tienen imaginación. Y humor. Es el caso de la defensa de Mohamed Boucharrat, acusado de integrar la banda terrorista. "Mi marido es musulmán y vivimos en Lavapiés. Conozco del barrio a tres de los acusados en este proceso: Jamal Zougam que regenta un locutorio cerca de casa, Rachid Aglif que trabaja en una carnicería próxima y Mouhanad Almallah Dabbas que instaló el aire acondicionado de un negocio de mis padres", dice antes de concluir su alegato. "He tenido más relación con personas procesadas que mi patrocinado. He comido en ocasiones en el restaurante Alhambra -uno de los puntos de conexión entre los acusados- y mi marido suele cortarse el pelo en la peluquería Paparazzi, cuyo dueño estuvo imputado aunque finalmente no fue procesado en esta causa. Yo igual me habría librado pero mi marido seguro que no, ya que es musulmán", concluyó.

El tribunal no carece de sentido del humor, pero estas gracietas no le gustan.

Jamal Zougam, a la derecha, y Abdelmajid Bouchar, durante el juicio.REUTERS

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