Crónica:EN SEGUNDO PLANO | Juicio por el mayor atentado en España | 11-M

La camisa de Panchito y el libro maldito

Hablaba uno de los abogados defensores. Y Abdelilah el Fadoual, denominado Panchito por su baja estatura y su figura escuchimizada, se meneaba mucho en la habitación blindada. Cualquiera que le observara, con su camisa de rayas planchadita y su pantalón blanco, con sus sandalias y sus movimientos nerviosos de cabeza, adivinaba que pronto iba a ser su turno. O más exactamente, el de su abogado, José Luis Laso, y su alegato final.

Abdelilah el Fadoual está acusado de colaborar con banda armada, y sobre él ha pesado siempre la sospecha. No en vano ha sido, durante muchos años, a...

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Hablaba uno de los abogados defensores. Y Abdelilah el Fadoual, denominado Panchito por su baja estatura y su figura escuchimizada, se meneaba mucho en la habitación blindada. Cualquiera que le observara, con su camisa de rayas planchadita y su pantalón blanco, con sus sandalias y sus movimientos nerviosos de cabeza, adivinaba que pronto iba a ser su turno. O más exactamente, el de su abogado, José Luis Laso, y su alegato final.

Abdelilah el Fadoual está acusado de colaborar con banda armada, y sobre él ha pesado siempre la sospecha. No en vano ha sido, durante muchos años, amigo del alma y de trapicheos de hachís y coches de Jamal Ahmidan, El Chino, uno de los cabecillas de la célula terrorista, que se suicidó en Leganés.

Terminó el abogado que precedía al suyo, y Panchito, nervioso, salió del habitáculo blindado para escuchar fuera, en primera fila.

Mientras Abdelilah oía atentamente, Rachid Aglif, El Conejo, otro de los encarcelados, consultaba en una enciclopedia de bolsillo el significado de alguna palabra en español.

La cámara de la sala enfocó a Panchito. Entonces muchos de los asistentes veteranos, los que han presenciado todas las sesiones de este juicio, recordaron cuando, hace meses, este hombre diminuto de español enrevesado testificó ante el tribunal. Resultó un experto en escabullirse de las preguntas de los fiscales a base de largas parrafadas perifrásticas y vueltas y revueltas a unas frases ya de por sí retorcidas que acabaron desesperando al juez. "No se enfade, señor", rogaba Panchito.

Llegó incluso a arrancar sonrisas de entre el público. Fue de las escasas veces en que en esta sala, escenario de declaraciones espeluznantes y de momentos de horror sin disimulos, hubo gente que rió.

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Ayer, Panchito no habló. Su abogado, de oficio, se esforzó en dejar claro que su cliente no era un gran traficante -"si no, este abogado no sería de oficio"-, en que su única culpa había consistido en seguir siendo amigo de su amigo, Jamal Ahmidan, el resolutivo yihadista que viajó a Asturias a por la dinamita. Será el tribunal el que decida si Panchito es lo que parece (un ratero con cierta gracia, dotado para el arte de sobrevivir) o si esconde con habilidad, como asegura la fiscalía, un trasfondo oscuro de islamista extremo.

Terminó este abogado. Panchito ingresó en la pecera. Le tocó el turno a Isabel García Moreno, la defensora de Mohamed Bouharrat, que aludió, a lo largo de su alocución, a los libros encontrados en los escombros del piso de los suicidas de Leganés. Libros con muchas huellas digitales que han servido de pruebas incriminatorias.

El Conejo miró entonces de cerca su enciclopedia de bolsillo como el que descubre a un enemigo.

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