Columna

Fantasmas

Madrid no tiene espíritu. Ésta es una ciudad de varios millones de muertos pero ninguno se levanta, transita, clama venganza. Madrid es todo cuerpo, un organismo que ni siquiera sufre cuando se le orada o cercena. La fisonomía de esta villa no está definida, carece de un perfil legendario y reconocible. Los cuatro rascacielos de la antigua ciudad deportiva del Real Madrid protagonizan hoy el skyline como antes lo hicieron las Torres KIO o la Picasso. Madrid se somete constantemente a una mutación física, se expande descontroladamente como un obeso compulsivo y se realiza aleatorios y de...

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Madrid no tiene espíritu. Ésta es una ciudad de varios millones de muertos pero ninguno se levanta, transita, clama venganza. Madrid es todo cuerpo, un organismo que ni siquiera sufre cuando se le orada o cercena. La fisonomía de esta villa no está definida, carece de un perfil legendario y reconocible. Los cuatro rascacielos de la antigua ciudad deportiva del Real Madrid protagonizan hoy el skyline como antes lo hicieron las Torres KIO o la Picasso. Madrid se somete constantemente a una mutación física, se expande descontroladamente como un obeso compulsivo y se realiza aleatorios y desesperados liftings como una actriz menopáusica.

Y a nadie le importa. Pocos madrileños protestan porque las caderas del Manzanares se hayan redibujado, porque la acupuntura de las grúas reinvente constantemente el horizonte. Más allá de las molestias prácticas, casi nadie padece en sus carnes la punzada de la tuneladora o la abrasión del asfalto. Porque es difícil identificarse corporalmente con Madrid, amarla físicamente, sentir que vivimos en su interior como un hijo o un amante.

Despreocupados de un cuerpo sin espiritualidad, sólo nos queda la ilusión de los espíritus. Madrid carece de fábulas, de leyenda, de misterio. Nuestros pedestres santos patronos y el cementerio de La Almudena que no ofrece ni un triste mito de ultratumba dejan la ciudad sin misticismo. Los madrileños, faltos de creencias y supersticiones, sin ese escalofrío de muerte que flota en los pueblos, buscamos cualquier espectro para sentir viva la ciudad, para sentirnos estremecidos y vibrantes en ella.

La apertura del palacio de Linares al público la semana pasada ha sido un éxito. Los horarios de visita han tenido que ampliarse ante la extraordinaria demanda. ¿De repente cientos de madrileños han contraído una necesidad incontenible de ver las esculturas, las lámparas de araña y las maderas del palacio? ¿O más que una experiencia Real buscan una irreal? Hace 17 años los obreros y guardias jurado que custodiaban las reformas del palacio (hoy Casa de América) comenzaron a escuchar las pisadas y los lamentos de Raimunda Osorio, la inquilina del siglo XIX que aún lloraba el asesinato de su hija, fruto de un incesto.

Aparte del palacio de Linares, Madrid tiene otras guaridas de fantasmas como el palacio Real, donde todavía protesta el arquitecto al que Felipe V le arrancó los ojos para que no repitiese una obra semejante; la iglesia de San Ginés, con la sombra de un mendigo masacrado; las casas de la plaza Mayor en las que los ajusticiados del lugar aún lamentan su destino; o el Museo Reina Sofía, erigido sobre las tumbas de los enfermos del antiguo hospital.

La Casa de las Siete Chimeneas, hoy ocupada por el Ministerio de Cultura, y el edificio que acoge el Ministerio de Asuntos Exteriores también albergan fantasmas incluso cuando están vacíos. Pero es, quizá, la estación misteriosa de metro entre las paradas de Iglesia y Bilbao el lugar más esotérico de la ciudad. En 1966 se ampliaron los andenes para acompañar a los nuevos trenes largos y aquella estación se hizo inservible al quedar muy cerca de las aledañas. El tiempo se ha detenido en esa parada donde aún descansan antiguos billetes en el suelo, pósters cubiertos de 40 años de polvo y periódicos con otra España en sus retorcidas páginas.

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Pero en Madrid no sólo los viejos edificios o estaciones tienen un halo espectral, también flota en las nuevas construcciones. Los PAU de Las Tablas, Sanchinarro y Montecarmelo han sido, durante los últimos dos años, un solar de construcciones fantasma. En cuanto los pisos fueron habitables, los nuevos inquilinos se mudaron a edificios que descubrieron vacíos. No sólo faltaban infraestructuras en las calles y locales comerciales en los bajos, sino que no había vecinos. Gran parte de esas viviendas fueron compradas en medio de la burbuja inmobiliaria con propósito especulador. Quienes adquirieron las casas para instalarse en ellas se descubrieron solos en un edificio fantasma.

Los PAU del norte poco a poco se van ocupando, pero el fenómeno de las nuevas construcciones espectrales se sigue repitiendo en otras urbanizaciones a las afueras de Madrid. Los solitarios inquilinos habitan esa parte especialmente amorfa y desalmada de la ciudad sobrecogidos y temerosos. No oyen pasos ni lamentos ajenos. Todo es silencio. Los espíritus son ellos.

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