Columna

Más allá del voto

Consideradas como la quintaesencia del régimen democrático, las elecciones no son sino uno de sus dispositivos que en algunas ocasiones funciona como simple operación legitimadora de los intereses dominantes. Serge-Christophe Kolm en su temprano estudio Les élections sont-elles la démocratie?, Editions du Cerf 1977, cuestiona la práctica electoral en nuestras democracias por la información superficial y sesgada de que disponen los electores; por la selección de los candidatos impuesta por los partidos; por el costo, cada vez más elevado, de la propaganda electoral y de la realización de...

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Consideradas como la quintaesencia del régimen democrático, las elecciones no son sino uno de sus dispositivos que en algunas ocasiones funciona como simple operación legitimadora de los intereses dominantes. Serge-Christophe Kolm en su temprano estudio Les élections sont-elles la démocratie?, Editions du Cerf 1977, cuestiona la práctica electoral en nuestras democracias por la información superficial y sesgada de que disponen los electores; por la selección de los candidatos impuesta por los partidos; por el costo, cada vez más elevado, de la propaganda electoral y de la realización de las campañas que pone sus resultados en manos de quienes las financian; por la irrevocabilidad de los elegidos y por la imposibilidad de hacerles políticamente responsables de sus acciones.

Philippe Braud, en Le suffrage universel contre la démocratie, PUF 1980, va aún más lejos al afirmar que el sufragio tal y como se practica, con la pretensión de dar el poder al pueblo, lo que hace, en realidad, es sustraer a su decisión los verdaderos problemas y fundar un consenso blando sobre el que se apoya la clase dirigente. Por lo demás el largo proceso electoral que acaba de vivir Francia ha confirmado las limitaciones de un sistema, que cada vez tiene menos sentido. En especial por la complejidad de las interacciones sociales y por la hiperdeterminación de la sociedad mediática de masa que nos es propia. Intentar esconder ese desfase detrás de las habituales luchas cainitas por el poder y seguir reduciendo la política a los antagonismos intrapartido y a las usuales contiendas electorales carece pues de sentido. Aún más, es ininteligible para quienes están fuera del circo.

Nadie ha explicado de forma convincente por qué la participación pasó del 85% en la fase presidencial a apenas el 60% en las legislativas. ¿Se debió esencialmente a la consideración por parte de los votantes de la irrelevancia del Parlamento en un sistema más y más presidencialista? Pero si esto es así, la devaluación del régimen representativo ¿no impone una completa transformación de la estructura política institucional?

Por lo demás una larguísima fase preelectoral no consiguió avanzar en el esclarecimiento de ninguno de los grandes problemas que tiene planteados Francia. De aquí la necesidad de recuperar la deliberación como dimensión capital del ejercicio electoral, pues sin ese momento previo al voto la función pedagógica de las elecciones desaparece y solo queda su propósito decisorio. Daniel Boy en el compendio de Pascal Pérrineau Le désenchantement démocratique presenta los nuevos modos de deliberación como insustituibles mecanismos de implicación democrática. Destaca entre ellos las Conferencias de Ciudadanos o Conferencias de Consenso y la Comisión Nacional para el Debate Público. Pero si el decurso ex-ante de la elección es importante más lo es el ex-post, en el que se trata de asegurar el cumplimento de lo decidido, su destino.

Yves Sintomer en Le pouvoir au peuple presenta una amplia gama de propuestas y dispositivos con los que revitalizar nuestra gastada democracia de partidos: los jurados ciudadanos, los sondeos deliberativos, los presupuestos participativos, las ya citadas conferencias de consenso y sobre todo el azar, presente mediante los sorteos, como vertebrador de la comunidad política. Los medios de comunicación con su doble fijación en torno de la anécdota y de la pipolización (dimensión people de la noticia) imponen unas pautas inescapables. En ellas hay que buscar la razón de ser del casting a que ha procedido Sarkozy en la constitución de su Gobierno.

Dejando de lado a los buscadores de pesebre, albergados a la sombra de Kouchner en lo que se llama el ministerio de la traición, lo más significativo son los representantes de las minorías visibles: una ministra de justicia de origen y rasgos argelinos, una bella franco-senegalesa de 30 años, una feminista de base, de origen kabila, animadora de la asociación Ni Putas ni Sumisas, presente en todas las luchas de las mujeres en estos últimos años. A lo mejor resulta un casting milagroso, pero milagros aparte es imperativo refundar la democracia. De esa tarea no puede eximirse nadie.

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