Galiardo se declara un "actor del disfraz" más que un galán

El intérprete recibió ayer el Premio Pepe Isbert del Festival de Comedia de Peñíscola

Con su habitual verborrea, entre sarcástica y solemne, Juan Luis Galiardo pasó ayer por el Festival de Cine de Comedia de Peñíscola como un ciclón. Habló de su carrera y su visión del cine español, bromeó con periodistas y admiradores, se mostró inteligente y elegante y recibió el Premio Pepe Isbert. Galiardo se define como un "actor del disfraz" en contraposición a su imagen de galán.

"Como decía Rafael Azcona, los premios en España son un arma arrojadiza, pues siempre se le dan a alguien para fastidiar a otro", recordó Juan Luis Galiardo para justificar la diferencia entre el Premio P...

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Con su habitual verborrea, entre sarcástica y solemne, Juan Luis Galiardo pasó ayer por el Festival de Cine de Comedia de Peñíscola como un ciclón. Habló de su carrera y su visión del cine español, bromeó con periodistas y admiradores, se mostró inteligente y elegante y recibió el Premio Pepe Isbert. Galiardo se define como un "actor del disfraz" en contraposición a su imagen de galán.

"Hay que hacer películas de perdedores para las de ganadores están los americanos"
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"Como decía Rafael Azcona, los premios en España son un arma arrojadiza, pues siempre se le dan a alguien para fastidiar a otro", recordó Juan Luis Galiardo para justificar la diferencia entre el Premio Pepe Isbert, "que no agrede a nadie", y otras distinciones que se conceden en el cine español.

Galiardo es perro viejo. Un tipo listo que, a sus 67 años, conserva todavía una capacidad de seducción "que no quiero perder nunca", y ayer lo demostró con creces. Rafael Suescun, presidente del Patronato de Turismo de Peñíscola, lo rebautizó como "José Luis" y el actor gaditano, en un ejercicio de elegancia, lo atribuyó a "tu capacidad para convertirme en símbolo de la esencia del hombre diluido en los personajes que interpreto".

Más allá de las anécdotas nominales, Galiardo reivindicó su condición de "actor del disfraz" por encima del estereotipo de galán que le acompañó durante muchos años de su carrera.

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"Uno no elige su físico y los personajes que me ofrecían al comienzo eran galanes", contó quien se marchó a México con la idea de perder sus etiquetas y, a su vuelta, en 1984, se encontró con que "el paso del tiempo me dio la oportunidad de tener una nueva imagen".

Teniendo en cuenta ese renacer artístico, Galiardo se autocalificó de "actor promesa", después de 46 años en los platós, pero de sólo 23 de "haber adquirido conciencia profesional de lo que era el cine para mí". Y, por eso, rindió un merecido tributo a los dos directores que "entienden lo que un actor de mi edad puede expresar y saben extraer lo que llevo dentro": Antonio Giménez Rico y José Luis García Sánchez. Con el primero, Galiardo inició esa segunda carrera en el cine español, gracias a El disputado voto del señor Cayo o Soldadito español; con el segundo, contribuyó a una de las trilogías más cáusticas sobre la sociedad española, la formada por Suspiros de España (y Portugal), Siempre hay un camino a la derecha y Adiós con el corazón, que sirven al festival para homenajear al Premio Pepe Isbert de este año. Películas "de perdedores", como las definió el actor, porque "el cine español ha de hacer películas de perdedores; para hacer las de ganadores ya están los americanos".

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