Tribuna:

El buen gobierno empieza por casa

Finalmente, pareciera que todo el episodio lamentable de Wolfowitz está por terminar. Cuesta creer que permanezca mucho tiempo más en el Banco Mundial, y es hora de empezar a pensar más detenidamente en el futuro de esa institución. Desde el principio critiqué la manera en que fue elegido, porque me opongo desde hace mucho tiempo al acuerdo de viejos camaradas entre Estados Unidos y Europa por el cual Estados Unidos siempre nombra al titular del Banco Mundial, y Europa, al titular del FMI. Este acuerdo tácito data de la fundación de la institución de Bretton Woods en un momento en que e...

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Finalmente, pareciera que todo el episodio lamentable de Wolfowitz está por terminar. Cuesta creer que permanezca mucho tiempo más en el Banco Mundial, y es hora de empezar a pensar más detenidamente en el futuro de esa institución. Desde el principio critiqué la manera en que fue elegido, porque me opongo desde hace mucho tiempo al acuerdo de viejos camaradas entre Estados Unidos y Europa por el cual Estados Unidos siempre nombra al titular del Banco Mundial, y Europa, al titular del FMI. Este acuerdo tácito data de la fundación de la institución de Bretton Woods en un momento en que el colonialismo todavía estaba vivo, pero no tiene ningún sentido en el siglo XXI.

Hay informes que aseguran que líderes europeos dijeron a Estados Unidos que si logra que Wolfowitz renuncie rápidamente y sin demasiado alboroto, le permitirán elegir al sucesor de Wolfowitz. Es fácil entender por qué Estados Unidos y Europa quieren seguir haciendo las cosas como de costumbre, pero un acuerdo de este tipo implicaría desperdiciar una oportunidad. No se me ocurre una mejor manera de restablecer la confianza en estas dos instituciones que logrando, finalmente, que la elección de sus presidentes sea transparente.

Cuesta creer que Wolfowitz permanezca mucho más tiempo en el Banco Mundial, y es hora de pensar en el futuro de esa institución

Una de las lecciones de la caída de Wolfowitz es que, en realidad, lo que piensan los accionistas y los empleados sobre el liderazgo del banco sí importa. El mundo tenía prejuicios en su contra desde el principio por su participación en la guerra de Irak. Pero la gente estaba dispuesta a darle una oportunidad. Algunos decían que quizá fuera otro Robert McNamara, el secretario de Defensa norteamericano que ayudó a empantanar a EE UU en Vietnam, pero que utilizó su gestión en el banco como penitencia.

Al principio había motivos para la esperanza: Wolfowitz fue enérgico a la hora de argumentar a favor del perdón de la deuda y del fin a los subsidios agrícolas. Pero también contrató a viejos amigos y aliados políticos -muchos de los cuales no tenían experiencia- y se aisló de su staff, alejándose de la gente cuyo apoyo necesitaba. Como aprendimos en el caso de Larry Summers en Harvard, las relaciones dentro de las instituciones importan. En este sentido, Wolfowitz, una persona inteligente y agradable, no se hizo ningún favor. Peor aún, Wolfowitz no parecía tener una gran visión para el banco. En lugar de una estrategia de desarrollo, hubo una expansión de la agenda anticorrupción iniciada por su antecesor, James Wolfensohn.

Mientras trabajaba como economista jefe del Banco Mundial en la etapa de Wolfensohn, había dicho que no hacer frente a la corrupción implicaba el riesgo de socavar el crecimiento y el alivio de la pobreza. Cuando me fui del banco, estas ideas eran ampliamente aceptadas, y me complacía que Wolfowitz estuviera de acuerdo en seguir adelante con los esfuerzos del banco. Pero la pelea contra la corrupción siempre debía ser sólo parte de una agenda de desarrollo más integral. De hecho, la efectividad de la deuda podría verse afectada tanto por la incompetencia como por la corrupción.

Desafortunadamente, la agenda anticorrupción del banco se politizó. Hubo una acometida para dar dinero a Irak -un país plagado de corrupción-, mientras que otros países fueron acusados de corrupción sin la evidencia o los detalles específicos adecuados. Y aquí también se perdió una oportunidad. Los objetivos de la campaña eran loables, pero generó hostilidad y mala voluntad, lo que socavó su efectividad.

El Banco Mundial, en sus esfuerzos por respaldar la democracia y el buen gobierno, debe insistir en los más altos estándares del proceso legal: las acusaciones de corrupción se deben tratar seriamente, y la evidencia debe ser entregada a las autoridades nacionales para ser utilizada en procedimientos abiertos, transparentes e independientes. Esto es algo que el sucesor de Wolfowitz debe tener en mente. Para que las campañas anticorrupción sean consideradas efectivas deben ser justas y transparentes.

Lo mismo es válido para la selección del presidente del Banco Mundial. Lo que ha sido una triste y lamentable saga podría tener un final feliz si el sucesor de Wolfowitz fuera elegido en un proceso abierto y transparente. Esto, es de esperar, es la parte clara del nubarrón que hoy pende sobre el Banco Mundial.

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