Crítica:

Fatídicos anales

Albania, cuna de Homero y con una población descendiente de los ilirios, resulta un territorio de trayectoria incomprensible, una especie de isla del Doctor Moreau abocada a experimentos antropomórficos desmedidos, como ya advierte el águila bicéfala presente en su simbología patria. Después de haber sido uno de los países más aislados del mundo debido al empeño del régimen estalinista promovido por el dictador Enver Hoxha, quien incluso cortó relaciones con los regímenes afines de ideología comunista y llegó a declarar el ateísmo como religión oficial del Estado, hoy no logra salir de aquel p...

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Albania, cuna de Homero y con una población descendiente de los ilirios, resulta un territorio de trayectoria incomprensible, una especie de isla del Doctor Moreau abocada a experimentos antropomórficos desmedidos, como ya advierte el águila bicéfala presente en su simbología patria. Después de haber sido uno de los países más aislados del mundo debido al empeño del régimen estalinista promovido por el dictador Enver Hoxha, quien incluso cortó relaciones con los regímenes afines de ideología comunista y llegó a declarar el ateísmo como religión oficial del Estado, hoy no logra salir de aquel pantanoso legado inmovilista. Asumiendo que la singular Albania no despierta un interés general, Ismaíl Kadaré, su más visible literato, candidato al Nobel de Literatura, exiliado en Francia desde 1990 y convertido en una especie de archivero extraoficial, ha sabido capitalizar el renovado interés suscitado por la tragedia griega, particularmente por los sucesos de Troya, universalizando el drama del pueblo albanés a partir de un desarrollo de su carácter más voluble. Este ejercicio nemotécnico lo ha venido demostrando en sus anteriores novelas, quedando patente en Vida, representación y muerte de Lul Mazreku la fórmula magistral en la que aúna parábola y confabulación como reflexión sobre los excesos del despotismo.

LA HIJA DE AGAMENÓN / EL SUCESOR

Ismaíl Kadaré

Traducción Ramón Sánchez Lizarralde

Alianza. Madrid, 2007

282 páginas. 19 euros

Si la primera de las dos no

velas cortas que componen el volumen que nos ocupa se apoya en la traslación temporal del extraordinario sentido de sacrificio político al que tuvo que rendirse el personaje mítico de Agamenón, ofreciendo como dádiva a su primogénita Ifigenia para aplacar la ira de la diosa Artemisa, El Sucesor es una ficcionalización de la caída en desgracia y muerte de Mehmet Shehu, mano derecha, íntimo amigo y heredero del poder de Enver Hoxha. Como si se tratase de un genuino metarrelato, según la versión oficial Shehu se opuso al aislacionismo de Hoxha y a cambio fue declarado enemigo del pueblo y acusado de ser un espía al servicio de los servicios secretos yugoslavos, rusos y norteamericanos, a lo cual se sumó que también fuese declarado suicida -delito según las ancestrales leyes albanesas-, tras haber sido hallado muerto en su habitación con un disparo en la sien. El parte proveniente de los medios vox pópuli lo calificó de asesinato político, hasta se extendió el rumor de que fue el propio Hoxha quien le mató durante una tensa sesión del Politburó. Kadaré hace suya la épica para convertir este material al filo de la crónica policiaca en una denuncia agria y desgarradora, repleta de conjeturas, escarbando en los vericuetos del implacable engranaje del Estado totalitario, de los actos de contrición públicos, de los expedientes punitivos y de los sentimientos atávicos que impregnan como alquitrán a la tradición albanesa. Los dos relatos no son correlativos, pero poseen elementos y personajes que le otorgan al volumen una solvente continuidad. De todas formas, como suele suceder con gran parte de la prolífica obra de Kadaré, sus libros siempre dejan una impresión de ambigüedad acerca del porcentaje de connotaciones autobiográficas que se permite, ya que escribió y publicó libros en plena dictadura que desafiaron abiertamente al régimen de Enver Hoxha, como es el caso de El concierto, El nicho de la vergüenza, El palacio de los sueños o El monstruo, sin recibir a cambio otro castigo que el de ser prohibidos por decreto, algo sin duda frustrante e injusto, pero no tan cruel como el final que él mismo diseña para sus estoicos personajes.

Ismaíl Kadaré (Gjirokaster, Albania, 1936) visto por Loredano.

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