Reportaje:EN SEGUNDO PLANO | Juicio por el mayor atentado en España

"He visto a mi hijo muy delgado"

La mujer, de unos 50 años, sale del edificio de la Casa de Campo, sola. Lleva un velo verde clarito y un abrigo abrochado hasta el cuello. Ha acudido a declarar sola como testigo en el juicio del 11-M. Se marcha sola, una hora después, camino del metro. Su declaración ha durado poco más de diez minutos. El resto del tiempo se lo ha pasado esperando en el pasillo, sentada en un banco, a un metro a la puerta cerrada de la sala. Quería ver al abogado de su hijo para entregarle un papel que llevaba doblado dentro del bolso.

Se llama Aicha Achab. Su hijo es Jamal Zougam, acusado no sólo de p...

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La mujer, de unos 50 años, sale del edificio de la Casa de Campo, sola. Lleva un velo verde clarito y un abrigo abrochado hasta el cuello. Ha acudido a declarar sola como testigo en el juicio del 11-M. Se marcha sola, una hora después, camino del metro. Su declaración ha durado poco más de diez minutos. El resto del tiempo se lo ha pasado esperando en el pasillo, sentada en un banco, a un metro a la puerta cerrada de la sala. Quería ver al abogado de su hijo para entregarle un papel que llevaba doblado dentro del bolso.

Se llama Aicha Achab. Su hijo es Jamal Zougam, acusado no sólo de pertenecer a la célula islamista que organizó el atentado, sino de colocar él mismo algunas de las bombas. Varios testigos que han pasado por el juicio y que se han sentado para testificar en el mismo sitio que ayer ocupó la madre reconocieron a Zougam como uno de los viajeros del tren de cercanías aquella mañana del 11 de marzo de 2004. Uno incluso se acordaba de cómo colocó debajo del asiento que ocupaba una mochila que luego abandonó. El testigo pensó entonces, 10 minutos antes de bajarse del tren y 15 de que explotara la bomba, que el muchacho con aspecto de árabe que tenía enfrente se había olvidado la mochila.

Por lo general, durante las largas sesiones del juicio, Jamal Zougam elige sentarse en la esquina de la izquierda de la pecera blindada, esto es, el lado más próximo al público. Ayer cambió: se colocó del lado por el que pasan los testigos. De esta manera vio desde muy cerca a su madre entrar y salir.

Aicha Achab se sentó. El juez le indicó que, por ley, no estaba obligada a declarar contra su hijo. La mujer asintió y comenzó a responder, en español, a las preguntas del abogado defensor de Zougam. Mientras la mujer respondía, el hijo se pasaba una y otra vez la mano por la cara, como si quisiera apartar algo invisible que le picaba en el rostro.

La mujer explica que lleva en España desde 1980. Que a sus hijos los trajo años más tarde. Después corrobora punto por punto la coartada de su hijo, que asegura que la mañana del 11 de marzo se levantó a las diez y media de la mañana en su bajo de la calle de Sequillo, en el barrio madrileño de Ascao, que desayunó viendo la televisión y que luego, tras llamar por teléfono a su hermano para preguntarle por el tráfico, se fue a trabajar en coche a su tienda de Lavapiés.

El abogado no tiene más preguntas. Ningún otro abogado las tiene. Tampoco el fiscal. Da la impresión de que el testimonio es emotivo, pero poco determinante desde el punto de vista jurídico.

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El juez da permiso a la mujer para salir. La madre de Jamal Zougam se levanta y avanza hacia la puerta. Es entonces cuando se fija en el hijo, que la mira desde el otro lado del cristal. Jamal le sonríe, varias veces, levanta el brazo a modo de saludo. Ella se acerca los dedos a los labios y le tira un beso.

Después sale y se sienta en el banco a esperar a que acabe la sesión a fin de hablar con el abogado. Zougam, mientras tanto, se coloca los cascos que vierten el juicio al árabe y se dispone a seguir las declaraciones del resto de testigos, mucho más relajado.

Después de hablar con el abogado, la mujer sale del edificio de la Casa de Campo, sola. Comenta que el domingo visitó en la cárcel a Jamal, que lo hace cada fin de semana. Prefiere no comentar nada relativo al juicio. Sólo dice cómo ha visto a su hijo. "Está mal, está muy delgado". Después se va, camino del metro...

Procesados por los atentados del 11-M, ayer en la cámara blindada, durante la sesión del juicio.EFE / TVE

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