Crítica:

La ciudad sin tristeza

Chamdi es un huérfano de diez años que sueña con encontrar a su padre, del que conserva la prenda de tela ensangrentada en la que le envolvió antes de abandonarle, con inventar un lenguaje en el que no quepa la palabra No y con que su ciudad, Bombay o Mumbai según su denominación actual, algún día pase a llamarse Kahunsha, la ciudad sin tristeza. Para cumplir esos tres sueños se fuga del orfelinato católico donde ha pasado la mayor parte de su vida y se lanza al violento caos de las calles, a su rutina voraz, al tráfico despiadado de vidas sin más horizonte que llegar indemnes al final del día...

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Chamdi es un huérfano de diez años que sueña con encontrar a su padre, del que conserva la prenda de tela ensangrentada en la que le envolvió antes de abandonarle, con inventar un lenguaje en el que no quepa la palabra No y con que su ciudad, Bombay o Mumbai según su denominación actual, algún día pase a llamarse Kahunsha, la ciudad sin tristeza. Para cumplir esos tres sueños se fuga del orfelinato católico donde ha pasado la mayor parte de su vida y se lanza al violento caos de las calles, a su rutina voraz, al tráfico despiadado de vidas sin más horizonte que llegar indemnes al final del día. Al enrolarse en una banda de mendigos y pequeños delincuentes, su existencia se convierte en una serie encadenada de episodios crueles que le van alejando progresivamente de sus sueños: pierde la esperanza de encontrar a su padre como no sea convirtiéndose él mismo en su propio padre, el No le encierra entre las cuatro paredes de su feroz antivida, y la tristeza, según se va dando cuenta, se le ha pegado tanto a la piel que ya no podrá deshacerse de ella sin desollarse en el intento. La canción de Kahunsha, una novela que transcurre sobre el trasfondo de los sangrientos enfrentamientos religiosos entre hindúes y musulmanes que periódicamente sacude la sociedad india, está repleta de personajes arquetípicos sacados de nuestra mejor tradición literaria (algunas escenas parecen recreaciones del patio de Monipodio cervantino o de las andanzas del Oliver Twist dickensiano), personajes que siguen siendo personas reales en la mayoría de las ciudades del tercer mundo, y de la vocación fabuladora de buena parte de la literatura oriental. Una obra que conmueve sin rebajarse al sensacionalismo sentimentaloide, una actitud que estropea las buenas intenciones de tantos textos y películas, y que nos acerca al sufrimiento de los que necesitan voces ajenas, por ejemplo la de un escritor, para hacerse escuchar. Sobrevivir en una ciudad atestada e inmisericorde siendo un niño solo no es fácil, y mucho menos mantener la inocencia, seguir soñando, confiar en el músculo de la imaginación para transformar el horror cotidiano en una promesa de felicidad y justicia universales. Quizás Chamdi, el protagonista de este relato emocionante, no lo consiga, pero sí podrían hacerlo los lectores de este libro si lograran ponerse en su lugar, entonar con él una canción sin tristeza.

LA CANCIÓN DE KAHUNSHA

Anosh Irani

Traducción de María Fernández Soto

Alfaguara. Madrid, 2007

221 páginas. 18,50 euros

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