EN SEGUNDO PLANO | Juicio por el mayor atentado en España

La mujer de la camiseta de Mahoma

El primer testigo de la mañana comienza a hablar sobre la finca de Morata de Tajuña donde se elaboraron los explosivos. Y la mujer, sentada en primera fila, a un metro de los encarcelados, se desabrocha la chaqueta y deja a la vista su camiseta: es una caricatura de Mahoma, con la punta del turbante encendida como la mecha de una bomba. Una copia de uno de los dibujos publicados por el diario danés Jyllands-Posten en septiembre de 2005 que acarrearon grandes protestas en varios países musulmanes.

La mujer, de unos 35 años, se endereza en la silla para que Rabei Osman, ...

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El primer testigo de la mañana comienza a hablar sobre la finca de Morata de Tajuña donde se elaboraron los explosivos. Y la mujer, sentada en primera fila, a un metro de los encarcelados, se desabrocha la chaqueta y deja a la vista su camiseta: es una caricatura de Mahoma, con la punta del turbante encendida como la mecha de una bomba. Una copia de uno de los dibujos publicados por el diario danés Jyllands-Posten en septiembre de 2005 que acarrearon grandes protestas en varios países musulmanes.

La mujer, de unos 35 años, se endereza en la silla para que Rabei Osman, El Egipcio, considerado el cerebro de la célula islamista que perpetró la matanza de los trenes, vea bien el dibujo. Lo ve. Pero no dice nada. Ninguno de los encarcelados, tras observar de reojo la camiseta, dice nada.

Pero media hora más tarde, por gestos, se lo hacen saber al presidente del tribunal, Javier Gómez Bermúdez. El juez hace salir a la mujer. Es la primera vez que echa a alguien del público de la sala.

Fuera, la mujer, agitada, muy nerviosa, llora. Los psicólogos de la Asociación 11-M Afectados de Terrorismo, a la que pertenece, la atienden, se la llevan a un cuarto apartado. Más tarde, en un patinillo donde se puede fumar, se explica:

Ofender a El Egipcio

"No quiero dar mi nombre porque en el pueblo donde vivo hay musulmanes y no quiero que me reconozcan. No he querido ofender a los musulmanes. Sólo quería ofenderles a ellos, al Egipcio y a sus amigos. Ha sido algo personal, nadie de la asociación sabía que lo iba a hacer. El juez ha hablado después conmigo. Ha sido encantador, me ha dicho que yo puedo vestir la camiseta que quiera, pero que es mejor que no la traiga aquí, porque luego pueden venir asociaciones musulmanas a decir que se juzga al islam. Lo entiendo. Pero que me entiendan a mí. Marzo ha sido duro. Mi marido murió en uno de los trenes. Tengo tres hijos. La más pequeña tiene tres años. Tenía dos meses cuando... Hace días me hizo a mí el regalo del colegio del Día del Padre, y eso duele mucho, es mucho dolor...".

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Luego calla. Sonríe. Recibe el abrazo de una amiga. Ya está más tranquila.

Hay personas que acuden a este juicio que, como esta mujer, sienten que el atentado es algo que se produjo aquel 11 de marzo y que se repite cada uno de los días que vino y vendrá después. No va a terminar nunca. Son las que más dolor padecen. Es un dolor intraducible que, para expulsarlo, convierten en rabia, en gritos, en amargura o en camisetas.

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