Análisis:FESTIVAL DE GUITARRA

Duende

El Festival de Guitarra de Barcelona no pudo inaugurar su decimoctava edición con mejor pie. Hacía mucho que una guitarra flamenca no sonaba con la transparencia, la fuerza y el genio que Vicente Amigo desparramó a manos llenas el pasado jueves en el escenario del Palau de la Música. Nadie a estas alturas ignora la versatilidad y el virtuosismo del guitarrista sevillano y la profundidad que sabe imponer a cada palo, incluso a los más ligeros, pero este último concierto en Barcelona superó todas las previsiones. Amigo fue levantando al público de sus asientos una vez tras otra para acabar con ...

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El Festival de Guitarra de Barcelona no pudo inaugurar su decimoctava edición con mejor pie. Hacía mucho que una guitarra flamenca no sonaba con la transparencia, la fuerza y el genio que Vicente Amigo desparramó a manos llenas el pasado jueves en el escenario del Palau de la Música. Nadie a estas alturas ignora la versatilidad y el virtuosismo del guitarrista sevillano y la profundidad que sabe imponer a cada palo, incluso a los más ligeros, pero este último concierto en Barcelona superó todas las previsiones. Amigo fue levantando al público de sus asientos una vez tras otra para acabar con todo el Palau de pie en una de esas ovaciones que tardan en olvidarse.

Vicente Amigo planteó sus 90 minutos de música de una forma variada, pasando del solo absoluto al colorido de su nuevo grupo, de la aparente sencillez (sólo aparente) de un toque relajado, suave y acariciante al ritmo más frenético, al rasgueo casi doloroso, al quejío lacerante. Si el duende existe, estaba el jueves en el Palau.

Solo con su guitarra, Amigo redondeó los momentos más bellos y profundos de la noche con un toque hipnótico en el que no sobra nada, ni una sola nota superficial, todo perfectamente engarzado para conseguir el estremecimiento. En la segunda parte del concierto, un solo que dedicó al hijo de su cantaor se convirtió en el momento a recordar por su intensidad y su doliente belleza.

Arropado por su grupo (otra guitarra, teclados, dos percusiones, bajo eléctrico y voz), Vicente Amigo se tornó más danzarín y juguetón, pero sin perder nunca el perfecto equilibrio ni de su toque ni del conjunto de cada tema. Los solos de sus acompañantes fueron siempre contenidos y las explosiones de percusión o de cante perfectamente enmarcadas en el contexto. Volvió a destacar el cantaor vallesano Blas Córdoba, una voz rugosa y penetrante que se rompe en el momento justo. Ya van siendo demasiadas las ocasiones en que Córdoba destaca en contexto ajeno como para que no se lance al vacío en solitario y demuestre todo lo que lleva dentro, que es mucho, de una forma más personal. Lo estamos esperando.

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