Crítica:

Fatigosas etiquetas

Hay etiquetas que, aunque sea honorable llevarlas en la frente, pesan como una losa. Una de ellas es ésta: "Del ganador de un Oscar por Mediterráneo", adjudicada en la promoción de cada una de sus películas al realizador italiano Gabriele Salvatores desde que en 1992 obtuviera el galardón al mejor filme de habla no inglesa por una cinta que, en todo caso, era más amable que perdurable para la historia y para la memoria. Desde entonces, Salvatores ha conformado una filmografía en la que los socavones de calidad (Nirvana, Amnesia) eran mucho más llamativos que los puntuales ...

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Hay etiquetas que, aunque sea honorable llevarlas en la frente, pesan como una losa. Una de ellas es ésta: "Del ganador de un Oscar por Mediterráneo", adjudicada en la promoción de cada una de sus películas al realizador italiano Gabriele Salvatores desde que en 1992 obtuviera el galardón al mejor filme de habla no inglesa por una cinta que, en todo caso, era más amable que perdurable para la historia y para la memoria. Desde entonces, Salvatores ha conformado una filmografía en la que los socavones de calidad (Nirvana, Amnesia) eran mucho más llamativos que los puntuales aciertos (No tengo miedo). Con Quo vadis, baby?, rutinaria y previsible intriga dramática centrada en la investigación de un suicidio, el director italiano continúa en su desalentadora línea oscilante.

QUO VADIS, BABY?

Dirección: Gabriele Salvatores. Intérpretes: Angela Baraldi, Gigio Alberti, Claudia Zanella, Andrea Renzi. Género: intriga dramática. Italia, 2005. Duración: 105 minutos.

Bautizada con una frase de Marlon Brando en El último tango en París, Quo vadis, baby? se alimenta de continuos guiños al séptimo arte justificados por el hecho de que uno de los protagonistas es un cinéfilo empedernido. Lo que no parece tan justificable es que Salvatores utilice su dudoso y poco original gusto para la música (la banda sonora parece un "Grandes éxitos de los 80", con Ultravox a la cabeza) para torturar al espectador con una partitura altisonante, reiterativa y descontrolada.

Gritona en su interpretación y algo hortera en su puesta en escena, la película culmina al menos con una secuencia final de cierta potencia. Eso sí, ayudada por las portentosas imágenes de M, el vampiro de Düsseldorf, de Fritz Lang.

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