LA NUESTRA

Una pausa

Hagan una pausa: apaguen el televisor, busquen en casa algunas fotografías y siéntense a mirarlas. Es importante que se detengan algún tiempo en cada una de ellas, que observen todos los detalles que puedan verse en la pequeña cartulina: el azulejo del fondo -que en la fotografía no tiene ya aquel color tan brillante que la mirada atenta hace desenterrar a la memoria-, esa corbata o ese bolso que hasta este instante de la pausa parecía que habían dejado de existir para siempre. Quizá el final más coherente de la pausa fuese guardar las fotografías, apagar las luces y no ver nada, no esperar en...

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Hagan una pausa: apaguen el televisor, busquen en casa algunas fotografías y siéntense a mirarlas. Es importante que se detengan algún tiempo en cada una de ellas, que observen todos los detalles que puedan verse en la pequeña cartulina: el azulejo del fondo -que en la fotografía no tiene ya aquel color tan brillante que la mirada atenta hace desenterrar a la memoria-, esa corbata o ese bolso que hasta este instante de la pausa parecía que habían dejado de existir para siempre. Quizá el final más coherente de la pausa fuese guardar las fotografías, apagar las luces y no ver nada, no esperar encontrar nada que no esté ya dentro de nosotros.

Sería una experiencia estrictamente contraria a la que nos propone la televisión: imágenes que discurren a una velocidad que hace imposible atraparlas para retenerlas y guardarlas o rechazarlas, una fugacidad que configura la sensibilidad misma del telespectador, incapaz de tener una experiencia del tiempo verdaderamente propia. ¿Es esta la razón de que en televisión se hable en tan poquísimas ocasiones de la fotografía? En Canal Sur, Tesis lo ha hecho; y no entiendo que la cadena autonómica no haya pensado en hacer nunca nada con los importantísimos fondos del Centro Andaluz de la Fotografía. Ver fotografías; hablar de fotografías. ¿Por qué no?

Si me he decidido a comunicarles estas impresiones es porque, hace pocos días, pude ver una de las obras artísticas que más impacto me hayan causado en los últimos años: el libro A photographer's life de Anni Leibovitz. La fotógrafa norteamericana, que empezó a publicar en 1970 en Rolling Stone, ha reunido en este libro fotografías que, desde 1990 hasta 2005, recogen muestras de su trabajo habitual (espléndidos retratos) y una crónica doble, la de la vida de sus ancianos padres y la de la enfermedad y la muerte de su pareja, la escritora Susan Sontag.

No es fácil hablar de ese libro: traza un arco tan firme como bello y doloroso entre la vida y la muerte, rescata los momentos más humildes y desnudos de la vida (Susan echada en la cama de un hotel con las paredes blancas y nada que no sea Susan, toda la vida y el amor de Susan, la felicidad, sí), devuelve a la vida de las personas una dimensión reconocible como propia. Viendo el libro, pensaba que es muy triste que exista a nuestro alcance una belleza tan modélica como la de las fotografías de Annie Leibovitz y nosotros podamos vivir ignorándola, de espaldas a ella, insensatamente ajenos a todo lo que nos espera ofrecido en ese trabajo. Pienso en nuestras cámaras digitales: ya no tenemos fotos en papel, y las que hacemos las miramos tan sólo el instante anterior de disparar la siguiente. Es un uso de la mirada pensado para no dejar rastro ni huella. Y, sin embargo, nunca hemos dependido más de las imágenes.

Y eso era todo. No se olviden de mirar de vez en cuando una fotografía. O de releer una carta recibida hace años. Y luego no dejen de apagar la luz. Fuera hay mucho ruido, y una luz que, más que iluminar, ciega. Fin de la pausa.

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