Crítica:

La magia del intelecto

La Viena del paso del siglo XIX al XX era un torbellino de ideas alrededor del arte, de la filosofía, de la ciencia y de la política. El debate entre el discurso ambiguo y el discurso exacto, entre lo metafísico y lo físico, entre la especulación y la ciencia estaba a la orden del día, mientras el psicoanálisis de Sigmund Freud se abría paso entre la polémica médica y los hermanos Lumière exportaban su recién creado cinematógrafo. En medio de este mare mágnum de ideas, el escritor Steven Millhauser centró la historia de su cuento Eisenheim, el ilusionista, adaptado ahora al cine ...

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La Viena del paso del siglo XIX al XX era un torbellino de ideas alrededor del arte, de la filosofía, de la ciencia y de la política. El debate entre el discurso ambiguo y el discurso exacto, entre lo metafísico y lo físico, entre la especulación y la ciencia estaba a la orden del día, mientras el psicoanálisis de Sigmund Freud se abría paso entre la polémica médica y los hermanos Lumière exportaban su recién creado cinematógrafo. En medio de este mare mágnum de ideas, el escritor Steven Millhauser centró la historia de su cuento Eisenheim, el ilusionista, adaptado ahora al cine por el estadounidense Neil Burger con todo lujo de detalles en la producción aunque con cierta frialdad y nula capacidad de sorpresa a la hora de narrar el relato.

EL ILUSIONISTA

Dirección: Neil Burger. Intérpretes: Edward Norton, Paul Giamatti, Jessica Biel, Rufus Sewell. Género: intriga. EE UU, 2006. Duración: 110 minutos.

El incuestionable carisma de Edward Norton guía interpretativamente El ilusionista, película de lujosa apariencia centrada en la historia de amor protagonizada por un mago de origen humilde y una hermosa chica de clase alta, entre los que se interpone nada menos que el príncipe del Imperio Austrohúngaro. Realidad y ficción, ignorancia e intelecto, vida y muerte, apariencia e ilusión, ciencia y razón se ven enfrentadas en los espectáculos del prestidigitador, representados en unos atestados teatros vieneses. Sin embargo, más allá del apasionante ambiente cultural, social y político que rodea a los protagonistas, El ilusionista tiene una lacra que pulula durante buena parte de su metraje y que se confirma con su resolución: que cualquier espectador medianamente avezado, y más teniendo en cuenta la labor que ejerce nuestro protagonista, estará esperando el presuntamente descomunal truco de magia que preside la segunda mitad de la historia, al estilo Sospechosos habituales, El sexto sentido, Saw y otras ficciones similares.

Una treta no ya poco sorprendente sino absolutamente obvia.

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