Columna

Ojos de turista

Hoy he salido a la calle con ojos prestados de turista, dispuesto a dejarme deslumbrar por la ciudad, a mirar el paisaje de todos los días como si no lo hubiera visto nunca, a dejarme guiar por el experto cicerone que llevo dentro y que no me deja subir a uno de esos autobuses descapotables de dos plantas en los que los turistas de verdad observan y fotografían desde las alturas el escenario urbano y a su fauna como si estuvieran recorriendo un Safari-Park donde conviven los depredadores y sus presas en libertad vigilada por fornidos guardias vestidos de azul.

En la Puerta del Sol el au...

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Hoy he salido a la calle con ojos prestados de turista, dispuesto a dejarme deslumbrar por la ciudad, a mirar el paisaje de todos los días como si no lo hubiera visto nunca, a dejarme guiar por el experto cicerone que llevo dentro y que no me deja subir a uno de esos autobuses descapotables de dos plantas en los que los turistas de verdad observan y fotografían desde las alturas el escenario urbano y a su fauna como si estuvieran recorriendo un Safari-Park donde conviven los depredadores y sus presas en libertad vigilada por fornidos guardias vestidos de azul.

En la Puerta del Sol el autobús turístico se tambalea al pasar por un estrecho corredor provisional emparedado por las vallas de las obras pertinaces e inagotables. Hace una mañana luminosa y cálida de otoño, de un otoño piadoso que tras haber clausurado la contumaz sequía de los últimos años calienta las piedras y saca los colores a las calles. Un día espléndido para deambular por el cogollo de la urbe.

Madrid está en el quirófano, sometida a una larga y complicada intervención... devastadora que se eterniza

En el Kilómetro cero, junto a una valla serigrafiada con imágenes del pasado esplendor de esta plaza crucial y hoy crucificada, un turista auténtico me pregunta por la Puerta del Sol y me cuesta convencerle de que se encuentra en ella o, mejor dicho, que aquí se encontraba ella antes de que las obras la tacharan del mapa, para ratificar mis datos le señalo el neón indultado de Tío Pepe y el reloj con bola de la torre chata de la que fuera casa de Gobernación y hoy sede del Gobierno regional.

Se lamenta el turista por haber elegido este momento de transición para visitar la ciudad y me pregunta cuando acabarán las reformas y las remodelaciones. "¡Nunca!, "¡Nunca!", me dan ganas de contestarle, no se sabe muy bien cuándo empezaron y mucho menos cuándo terminarán.

Madrid está en el quirófano, sometida a una larga y complicada intervención del sistema circulatorio, una intervención devastadora que se encarniza y se eterniza, una operación múltiple que, para acabar con el colapso, agrava los síntomas de la congestión, una operación extracorpórea que ha puesto el corazón de la urbe sobre la mesa mientras implacables cirujanos hurgan en sus entrañas y urden complicados bypass.

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A los pies de la estatua de Carlos III, acorralado y estabulado en su montura, una familia ecuatoriana muestra a un pariente recién llegado los presuntos encantos de la famosa encrucijada. Turista por un día, inmigrante mañana, el forastero se lleva su primera decepción urbana y fija su vista en la abigarrada fauna transeúnte, viajeros pasmados y ciudadanos con prisas, expendedoras de loterías, vendedoras de gadgets, ociosos y carteristas, repartidores de octavillas, hombres anuncio y un guardia civil que guarda la puerta de la presidenta y finge ignorar el interés que suscita su tricornio entre los turistas que le fotografían a hurtadillas para llevarse a casa al menos un detalle de color local. En vísperas de la Navidad, los vendedores orientales presentan la novedad de la temporada, la muñeca que lee, una niña rubia con pijama tumbada en el suelo con los codos en tierra y un libro entre sus manos, que se contonea graciosamente, no se sabe si conmovida por la lectura o contagiada por la música ratonera, nadie es perfecto, que brota de su interior plastificado. Abanicos de pega y camisetas de espanto, souvenirs de los que nadie debería acordarse, calzado económico para patear las inhóspitas calles y un rosario de bares de tapas franquiciadas y estentóreos jamones.

La Puerta del Sol, tachada y mutilada, no da abasto para tanta gente y rebosa multitudes hacia las calles adyacentes. Montera arriba el turista ocasional escapa del ajetreo por un atajo, un pasaje recoleto y anclado en el tiempo en el que subsiste una librería de ocasión que expone un abigarrado surtido de saldos heteróclitos, el best seller de ayer entre ediciones baratas de los clásicos, novelas policiacas y manoseados volúmenes encuadernados. El pasaje desemboca en la plaza del Carmen, pero la plaza del Carmen tampoco existe, la borraron del mapa hace unos años con maquinaria pesada y barracones portátiles, expulsaron a los viandantes, hundieron algunos comercios y dejaron tocados a los restantes. En la esquina de la ex plaza, una tienda de confecciones liquida precios: "Tangas a 0,50".

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