Columna

Orden y caos

Me impresionó bastante que el ruso Putin, al hacer recuento en Finlandia de las calamidades de Europa, igualara Marbella con la mafia italiana y las guerras de Yugoslavia. Debía de sufrir Putin un estado de alteración mientras recibía de los líderes de la Unión Europea peticiones de probidad en el tráfico de gas y petróleo rusos, respeto a los derechos básicos de sus ciudadanos y preocupación por la liquidación en Rusia de periodistas y hombres de negocios poco amigos de Putin. O quizá se irritó porque estaba en Lahti, al noreste de Helsinki, en un auditorio llamado Sibelius, el compositor fin...

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Me impresionó bastante que el ruso Putin, al hacer recuento en Finlandia de las calamidades de Europa, igualara Marbella con la mafia italiana y las guerras de Yugoslavia. Debía de sufrir Putin un estado de alteración mientras recibía de los líderes de la Unión Europea peticiones de probidad en el tráfico de gas y petróleo rusos, respeto a los derechos básicos de sus ciudadanos y preocupación por la liquidación en Rusia de periodistas y hombres de negocios poco amigos de Putin. O quizá se irritó porque estaba en Lahti, al noreste de Helsinki, en un auditorio llamado Sibelius, el compositor finlandés.

Estas noticias nórdicas y sorprendentes me llevan a oír a Sibelius, su Finlandia, poema sinfónico, de exaltación patriótica en 8 minutos, aunque en las iglesias inglesas lo hayan convertido en canto de fe, "Be still, my soul" ("Ten calma, mi alma", traduciría un intrépido). ¿No fue una falta de tacto cenar con Putin en el Auditorio Sibelius? Finlandia fue estrenado el 4 de noviembre de 1899, y cumple años estos días. Era música contra el invasor ruso: el anuncio solemne de la futura liberación de Finlandia, 90 años después de que el zar se apoderara del país. Los rusos prohibieron la pieza de Sibelius. Y no sé si en estos momentos de exaltación nacional en Rusia no le resultará a Putin desagradable Sibelius e incómoda una sala que lleva su nombre.

Sólo en estado de perturbación cabe mezclar Marbella, Mafia y Yugoslavia. La mafia es una cosa antigua, fundada hace más de 150 años en la árida Sicilia occidental, latifundio hostil, paraíso de administradores de condes y príncipes ausentes con casa en Nápoles y Roma. Los vicarios del príncipe extorsionaban a los aparceros. Les vendían protección contra sus propios sicarios, recolectores de impuestos en especie, ganado y frutos de la tierra. No había Estado. No había policía ni tribunales. Reinaba la luppara, para matar lobos, escopeta de cañones recortados. Dejó miles de muertos desde que apareciera por primera vez su nombre, mafia, en 1863. Ha seguido abatiendo jueces, políticos, policías, periodistas y rivales, aunque Leonardo Sciascia dijo que, cuanto más fuerte es la mafia, menos mata.

¿Es Marbella como Yugoslavia en guerra? La guerra de croatas, bosnios y serbios en 1992 es una historia de limpiezas étnicas, mortales campos de concentración, bombardeos masivos. La guerra de Kosovo de 1999 acabó en ataques aéreos contra Belgrado: muertos destrozados, ciudades destruidas, acontecimientos infernales, colofón de un amplio repertorio de crímenes y crueldades bélicas. La guerra es una gran noticia, la mayor de las noticias, decía Susan Sontag. Marbella ha sido una gran noticia, y Putin ha visto los asuntos de Marbella equiparables a la mafia de Sicilia y a la guerra internacional de Yugoslavia.

Las noticias de Marbella tienen solera rusa desde que Lavrenti Beria, el jefe de la checa o brigada político-social de Stalin, buscara en las costas marbellíes asilo político. El Abc lo publicó en primera página un día de 1953 y fue inmediatamente secuestrado por el aparato policial franquista. Los rusos ricos de la extinta Unión Soviética, que de la nada comunista llegaron al oro marbellí, tienen aquí sus propias revistas del corazón, y Putin probablemente las lea. Son sensacionales las cosas de Marbella y sus sensacionales negocios. Y esto es lo que relaciona disparatadamente el caos del asesinato en serie y la guerra internacional con Marbella: todo es gran titular sensacionalista.

Estamos perdiendo la capacidad de discernir. Somos espectadores de escándalos. Una discusión entre novios puede adquirir en el debate televisivo de esta noche la densidad emocional de la batalla de Lepanto. Tendríamos que mirar más templadamente casos como el de Marbella, que no pertenecen al caos, sino al orden de las cosas: al negocio inmobiliario de estos años, esencial coyunturalmente en la economía española, con su alianza entre promotores inmobiliarios, constructores y, fundamentalmente, bancos. Los colaboradores políticos sólo son subalternos, peones de segunda fila.

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