Editorial:

Rusia aprieta a Georgia

Las relaciones entre Rusia y Georgia han vuelto a una situación de máxima tensión tras la detención y posterior liberación de cuatro oficiales rusos acusados de ejercer el espionaje en la república ex soviética. Moscú rechazaba ayer la petición de la Unión Europea para que levante la batería de sanciones que ha impuesto a Georgia, entre las que se incluyen el corte de las comunicaciones por tierra, mar y aire. Y acusa a Washington de haber estimulado con su apoyo el distanciamiento de su otrora república satélite.

El Kremlin no acaba de digerir el abierto pro occidentalismo del Gobierno...

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Las relaciones entre Rusia y Georgia han vuelto a una situación de máxima tensión tras la detención y posterior liberación de cuatro oficiales rusos acusados de ejercer el espionaje en la república ex soviética. Moscú rechazaba ayer la petición de la Unión Europea para que levante la batería de sanciones que ha impuesto a Georgia, entre las que se incluyen el corte de las comunicaciones por tierra, mar y aire. Y acusa a Washington de haber estimulado con su apoyo el distanciamiento de su otrora república satélite.

El Kremlin no acaba de digerir el abierto pro occidentalismo del Gobierno de Tbilisi, que busca su incorporación a la OTAN y la Unión Europea. Esta enésima crisis entre Moscú y su vecino se ha agravado con el anuncio de la retirada del embajador ruso, la evacuación de parte del personal diplomático, represalias administrativas y una escalada de acusaciones mutuas e insultos, que resultan alarmantes incluso en unas relaciones que, desde la proclamación de la independencia de Georgia, son tensas cuando no hostiles. La semana pasada, Moscú acusó a Tbilisi de preparar la toma militar de las dos regiones separatistas de Abjazia y Osetia del Sur, que cuentan con la protección del Ejército ruso.

La razón principal de esta crisis, cuyo potencial de conflicto militar es grande, está en el apoyo de Moscú a las dos regiones secesionistas. Como en otras zonas del Cáucaso, el Ejército ruso permaneció en regiones rusófonas cuando se independizaron las repúblicas ex soviéticas. Aunque para el año 2008 está prevista la desaparición de las dos grandes bases militares rusas que se mantienen en territorio georgiano, lo cierto es que bajo Vladímir Putin no ha hecho sino reafirmar la vocación hegemónica rusa sobre el Cáucaso, territorio clave para el sistema de oleoductos y gaseoductos hacia Occidente.

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Georgia, especialmente desde que el presidente Shakasvili llegó al poder en 2003, reivindica su integridad territorial y acusa a Moscú de usar estos separatismos como cabeza de puente para chantajear, presionar y limitar la soberanía de estos jóvenes Estados. Pero la situación es más grave porque la demanda de ingreso de Georgia en la OTAN difícilmente podría llevarse a cabo con territorios en disputa, ambos fronterizos con Rusia. Que cuatro miembros del GRU, el servicio de información militar ruso, espíen en Georgia no deja de tener su lógica. Lo peligroso es que Moscú y Tbilisi permitan una escalada semejante de lo que debiera haberse solucionado como un incidente menor. Que no haya sido así hace temer por el futuro inmediato de una región siempre explosiva.

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