Columna

'No és veritat que Ratisbona siga bona'

La conferencia de Ratisbona y las ulteriores reacciones revelan una encrucijada de cuestiones paradójicas. Porque paradójico es -incluso cómico si no trágico- que para desmentir su violencia ciertos sectores islámicos arrasen lo que encuentran por delante. Soy de los que siente un rechazo inmediato cuando las masas se echan a la calle enardecidas por el fervor religioso, sea a causa de sus ritos (tanto dan los flagelantes del Muarrán chiíta, como los de la Semana Santa Ibérica), o por los actos de los considerados impíos desde sus respectivas religiones. Cierto, el Papa tiene derecho a decir l...

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La conferencia de Ratisbona y las ulteriores reacciones revelan una encrucijada de cuestiones paradójicas. Porque paradójico es -incluso cómico si no trágico- que para desmentir su violencia ciertos sectores islámicos arrasen lo que encuentran por delante. Soy de los que siente un rechazo inmediato cuando las masas se echan a la calle enardecidas por el fervor religioso, sea a causa de sus ritos (tanto dan los flagelantes del Muarrán chiíta, como los de la Semana Santa Ibérica), o por los actos de los considerados impíos desde sus respectivas religiones. Cierto, el Papa tiene derecho a decir lo que considere desde su peculiar cátedra, pero insistamos: cuando lo de Salman Rushdi el Vaticano consideró oportuno decir que blasfemar estaba muy mal; en el revuelo de las caricaturas se dijo que la libertad de expresión tiene sus límites y cabía el respeto a la sensibilidad de los creyentes, etc. Es decir, cuando se trata de defender lo religioso y lo eclesial frente a agnósticos y laicistas se producen inmediatas sinergias entre las diferentes confesiones. Como, por ejemplo, la rápida condena del patriarca latino, los rabinos de la corriente ashkenazí y sefardí, el patriarca armenio y el asistente del muftí, todos de Jerusalén, cuando la organización Casa Abierta de dicha ciudad convocó el festival internacional gay Orgullo Mundial de 2005.

La cosa cambia cuando hay que defender el propio poder entre la competencia. Me parece pues de lo más acertado el artículo de Juan José Tamayo poniendo el acento sobre su declaración Dominus Iesus de 2000 (El Discurso de Ratisbona, EL PAÍS 20 de septiembre). Porque el discurso del Papa, más allá de la loable tesis de no imponer la fe de forma violenta, reposa implícitamente sobre su más insistida opción filosófica: la condena del relativismo. En otra ocasión señalé que "relativismo" puede entenderse de muchas cosas (¿Pero qué es eso del relativismo?, EL PAÍS 14-05-2005). Pero en este asunto, desde un anti-relativismo como el papal, contrario a las "teologías de la tolerancia", postular en sentido fuerte que la propia religión es la verdadera comporta inevitablemente considerar a las demás falsas o erróneas. Así, los otros, más pronto o más tarde, se ofenden. O dicho de otra manera: no es sólo que la iglesia católica haya sido sumamente violenta en sus procesos de expansión (entre tantos ejemplos nunca está de más recordar Las Cruzadas, o a Tierra Santa o contra la Segunda República, sin ir más lejos), sino que incluso ha considerado durante siglos que sin ella no había verdadera comunidad política. ¿Citaremos a San Agustín en De Civitate Dei?: "Donde no hay verdadera justicia, por mucha que sea, o parezca justicia, como es en los que carecen de cristiana fe, ni hay Derecho, ni justicia, y muy poco se puede llamar verdadera república". ¿O citaremos al jaleado padre Las Casas en su Apologética Historia Sumaria?: "Bárbaros son todos aquellos que carecen de verdadera religión y fe cristiana... todos los infieles, por muy sabios y prudentes filósofos que sean... porque no hay alguna nación (sacando la de los cristianos) que no tenga y padezca munchos y muy grandes defectos, y barbaricen en sus leyes, costumbres, vivienda y policías, las cuales no se enmiendan... sino... rescibiendo nuestra sancta y católica fe, porque sola ella es la ley sin mancilla que... limpia las heces de toda mala costumbre, desterrando la idolatría y ritos supersticiosos, de donde todas las otras suciedades, vicios e máculas privada y públicamente proceden". Obsérvese el término "infiel" reservado en tiempos no para los indios, sino para los mahometanos.

¿Cosas del pasado? No: constitutivas de la tradición católica, que no se reduce a la fusión ideal entre evangelio y filosofía griega por más que el Papa vuelva a repetir el tópico. Pues su iglesia es históricamente inexplicable si no es en su rivalidad y conflicto constante con las otras religiones, especialmente las monoteístas. Con todo, la iglesia de Roma pronto olvidó que en aquella filosofía lo importante no era sólo el logos, sino el diá-logo, que la verdad era lo acordado en una conversación donde los participantes se intercambiaban logoi, es decir, palabras, esto es, razones.

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