Columna

De pie

Resulta evidente que ha sido diseñado para impactar, agitar o remover por dentro, y la verdad es que impresiona. Se trata de un cartel de gran tamaño que lleva muchos días cubriendo San Sebastián -pegado en paredes, contenedores, huecos varios- y supongo que también cubrirá el resto de las capitales vascas que en estos días de fiesta programan corridas de toros. Porque se trata de un cartel antitaurino que en lo esencial contiene una figura humana y un mensaje escrito. La figura es la de un hombre joven en bañador o calzoncillos negros; está de rodillas, a cuatro patas; echando sangre por la b...

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Resulta evidente que ha sido diseñado para impactar, agitar o remover por dentro, y la verdad es que impresiona. Se trata de un cartel de gran tamaño que lleva muchos días cubriendo San Sebastián -pegado en paredes, contenedores, huecos varios- y supongo que también cubrirá el resto de las capitales vascas que en estos días de fiesta programan corridas de toros. Porque se trata de un cartel antitaurino que en lo esencial contiene una figura humana y un mensaje escrito. La figura es la de un hombre joven en bañador o calzoncillos negros; está de rodillas, a cuatro patas; echando sangre por la boca, con el cuello profundamente marcado y dos banderillas clavadas a la espalda. La parte textual incluye la palabra ¿tortura?; una frase atribuida a Leonardo da Vinci: "Algún día el asesinato de un animal será considerado tan cruel como el de un ser humano", la convocatoria de una manifestación (en Donostia se celebró la víspera del inicio de la Semana Grande que hoy termina) y la mención "por los derechos de los animales".

Este cartel plantea varias cuestiones importantes. Merecería atención aunque sólo fuera porque introduce, en la planicie monotemática de nuestro paisaje público, otro relieve sobre el que reflexionar y debatir (prueba de que hay vida más allá del revenido pan nuestro de cada día). Retendré dos: la primera es de fondo; en la segunda la clave está en la forma, en la representación.

Las corridas de toros forman un apretado tejido cuyos hilos participan también en el trenzado de muchas otras historias sociales, políticas y culturales. Su pervivencia y el creciente cuestionamiento que suscita; la grandiosidad o radicalidad de sus condiciones (un toro no es obviamente ni un mosquito ni un pollo; una arena pública no es un matadero invisible; no es lo mismo espectáculo que rutina o cadena de sacrificio), sus imponentes hechuras nos colocan en el centro del debate sobre la tradición y el tiempo, o la tradición con los tiempos. Sobre la transformación y adaptación de lo cultural a los códigos jurídicos y éticos de una sociedad en una determinada época. No es raro que el nombre de la cultura y de la tradición se invoque aún para amparar -a la luz o en las sombras; por acción u omisión- excepciones, paréntesis o contradicciones con normas en vigor. El qué detallado y el cómo preciso de la coherencia entre determinadas manifestaciones culturales y los valores del tiempo en que se expresan es un debate clave. Otro de los asuntos importantes aparcados aquí, oxidándose, en la trastienda o el limbo de lo público.

La segunda cuestión tiene que ver con la representación de lo humano. Me unen muchos hilos al movimiento animalista, a la causa de la defensa (y ampliación) de los derechos de los animales. Pero esos hilos no acaban de trenzarse en una cuerda de atar definitiva, se quedan siempre en cabos sueltos. Hay más de una razón pero la fundamental es la que se evidencia en el citado cartel. Una de las estrategias del animalismo que no puedo, bajo ningún concepto, compartir es la que identifica e iguala a los animales con los seres humano; al punto de comparar, por ejemplo, los campos de exterminio con las granjas avícolas; o al punto de "lidiar" a un hombre en un cartel. Yo creo que los animales no tienen derechos porque sean iguales a los seres humanos sino precisamente por todo lo contrario. Porque los humanos son diferentes de todos los demás seres; tanto que son los únicos capaces de "inventar" la libertad y la dignidad; y de sentir luego la necesidad de extender ambas, fuera de los límites de sí mismos, al resto de los seres de la naturaleza. No puedo, bajo ningún concepto, compartir esa imagen del cartel, esa idea de que para defender a un animal haya que denigrar a un ser humano, representarlo como objeto (sangrante y banderilleado) del mismo espectáculo que se ataca; arrodillarlo para el público; aunque sea como ilustración o modelo. El modelo ilustrado de lo humano, el único que imagina y posibilita todas las extensiones del respeto, es el que va de pie.

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