Crítica:

Fuera las máscaras

En un sondeo español reciente, alrededor de las dos terceras partes de los encuestados respondían sin titubeos que su deseo sería cambiar de vida. ¿Cambiar de empleo? ¿Cambiar de familia? ¿Cambiar de oficio?

Enrique Gil Calvo, tan sumergido por dedicación y vocación en la sociedad contemporánea, ha ensayado en su nuevo ensayo cambiar de estilo. Nada de citas a pie de página y lenguaje académico, nada de profesionalismo a ultranza o de pruritos científicos. Máscaras masculinas es un libro donde se ofrece, juntando la melodía sociológica con las sesiones de cine, la antropología de...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

En un sondeo español reciente, alrededor de las dos terceras partes de los encuestados respondían sin titubeos que su deseo sería cambiar de vida. ¿Cambiar de empleo? ¿Cambiar de familia? ¿Cambiar de oficio?

Enrique Gil Calvo, tan sumergido por dedicación y vocación en la sociedad contemporánea, ha ensayado en su nuevo ensayo cambiar de estilo. Nada de citas a pie de página y lenguaje académico, nada de profesionalismo a ultranza o de pruritos científicos. Máscaras masculinas es un libro donde se ofrece, juntando la melodía sociológica con las sesiones de cine, la antropología de Lévi-Strauss con retazos autobiográficos, un producto de fusión más de acuerdo a los trenzados y mixturas de nuestro contaminado tiempo.

MÁSCARAS MASCULINAS. Héroes, patriarcas y monstruos

Enrique Gil Calvo

Anagrama. Barcelona, 2006

175 páginas. 19,50 euros

En el pasado se peroraba mucho sobre el fin de la novela y su gran capacidad para asumir en sus senos cualquier ingrediente favorable a su guisado. El paso inmediato habría de ser el contagio del fenómeno a todos los demás géneros y el triunfo, por fin, de la escritura sin género. La escritura por excelencia.

Fernando Savater, que aparece en estas páginas como destacado partícipe del libro, contestó una vez en una entrevista de periódico que su propósito y su ambición más íntima no consistía en componer obras filosóficas ni en culminar piezas dramáticas, ni siquiera en tramar cuentos de aventuras, sino en hacer libros.

Los libros son el género por

antonomasia, la escritura de la escritura. Los buenos libros son hoy el resto que seguirá flotando a toda costa -ante la deteriorada costa- tras el creciente hundimiento de la imprenta. ¿Tomos de ficción? ¿De no-ficción? El arte de escribir, como el de pintar o componer música, tiende a explotar en una metralla de aplicaciones que se sobreponen o, como en esta obra de Gil Calvo, se potencian mutuamente para conseguir la complicidad de la atención.

Redactar un sesudo ensayo sobre el varón representa un intento pasado de época. La seriedad y exacerbación feminista, cuando no su impostación, impiden repetir un discurso de aire riguroso sobre la masculinidad. Más que estudiar este asunto a fondo y severamente, lo apropiado es procurarle cierta expresión afectiva o emocional. La idea debe incidir sobre el objeto y conmover su música interior. De la precisión con que esa incisión se realice y de la habilidad para articular los tonos que se desprendan se derivará el éxito o no del ensayo.

La aventura de ensayar de esta manera evoca un quehacer primordial donde el amor al conocimiento se confunde con el amor a la vida y el interés por el tema se mide en movimientos del corazón. Cuanto más personalizados mejor.

En el planteamiento de Más

caras masculinas el hombre aparece como sujeto más opaco que la mujer. La mujer se reviste de esto o lo otro pero con la finalidad de hacerse "penetrar". El hombre, para su mal y su bien, fue siempre una figura relativamente blindada, cubierta o encubierta en la máscara de tener que ser un hombre por encima de todo.

Tres versiones distingue Gil Calvo de esta máscara masculina que de manera simultánea o sucesiva, de forma armónica o contradictoria, ha venido acarreando el varón. Las tres máscaras (relacionables con lo crudo, lo cocido y lo podrido de Strauss) son la del héroe, la del patriarca y la del monstruo. Por la primera el hombre busca admiración y amor, por la segunda espera el respeto y, por la tercera, intenta provocar temor.

Seducir, proteger, atemorizar. Tres maneras de ejercer el poder que en su repetición incesante convierten la tarea de ser hombre en formidable tabarra. De este modo y llegando a la hartura, el movimiento de liberación de la mujer ha supuesto, en paralelo, la liberación del hombre. La liberación de sus corazas y la apertura a una comunicación más propicia a la conmutación con los nuevos modelos femeninos. Ser hombre o ser mujer ha ido pasando así de ser una fatal determinación sexual a convertirse en una gama continua con intensidades cromáticas variables. Es muy oscuro y antiguo ser hombre / hombre o mujer / mujer mientras conviene a la contemporaneidad una cambiante identidad de tutti frutti.

No deberá esperarse, desde luego, una permutación, una confusión total, pero sí una diversidad de géneros impensable en los férreos herederos de Adán y Eva, el señor y la señora. Las máscaras masculinas que se creyeron tan apegadas a cuerpos y conductas como carnes de la misma carne se desprenden en esta obra como artilugios fáciles de desmontar, toscos instrumentos para el dominio o para la farsa, prótesis que, semejantes al maquillaje femenino, sirven ahora, si acaso, para el juego y no para lances de vida y muerte. Pero además, en consecuencia, con este talante lúdico o desenfadado está desarrollado el libro que, aun cargado de frecuentes alusiones cultas, se recibe como un reportaje y se celebra como una entrega a menudo periodística. Casi como si se ensayara un eventual cambio en el oficio del autor que, de otra parte, no en vano trata asiduamente con los periódicos, las radios, la televisión o las revistas y, llegado el caso, encarnaría a uno de los destacados héroes mediáticos de nuestro tiempo.

Cadetes del Ejército de EE UU, antes del partido de fútbol entre la Armada y la Marina en 2001, en Filadelfia.REUTERS

Archivado En