Columna

Especulación, demolición

Están ustedes volviendo de una playa o yéndose a la montaña, y sólo les deseo, aparte de unas buenas vacaciones, que no les suceda lo que a mí hace un mes, que me fui a bañar en mi cala favorita de la Costa Blanca y ya no había. La primera línea de una nueva urbanización de adosados empezaba allí donde solía clavar mi sombrilla y sentarme a leer. El resto era ruido. Excavadoras (sigue la obra), motores (el obligado aparcamiento), gritos de "papá, dame el cubito", "nene, ponte el flotador", pues lo que antes era una playa soltera tiene hoy mucho de guardería.

Al volver a Madrid, después ...

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Están ustedes volviendo de una playa o yéndose a la montaña, y sólo les deseo, aparte de unas buenas vacaciones, que no les suceda lo que a mí hace un mes, que me fui a bañar en mi cala favorita de la Costa Blanca y ya no había. La primera línea de una nueva urbanización de adosados empezaba allí donde solía clavar mi sombrilla y sentarme a leer. El resto era ruido. Excavadoras (sigue la obra), motores (el obligado aparcamiento), gritos de "papá, dame el cubito", "nene, ponte el flotador", pues lo que antes era una playa soltera tiene hoy mucho de guardería.

Al volver a Madrid, después de ese perturbado descanso playero, pude asistir desde mi ventana a un triste, nada insólito espectáculo urbano: la lenta pero imparable demolición de un chalet de estilo francés decimonónico que quedaba, como una incongruencia semioculta entre unos árboles y una valla no menos antigua que él, en las cercanías de Príncipe de Vergara y Joaquín Costa. No diré que el hotelito desaparecido fuese Versalles, ni siquiera el Petit Trianon, pero tenía su encanto, sobre todo estando donde estaba, entre insípidos bloques de oficinas, concesionarios de automóviles y una gasolinera. En el terreno arrasado luce un anuncio engañoso: Lofts en venta. ¿Sabrán los promotores lo que es un loft?

No todo es tristeza y lamento en nuestras ciudades y costas "especuladas". EL PAÍS daba la noticia de una sentencia que obligará a derribar la mitad de un hotel de la playa del Albir, en Altea, cuya aparatosa mole conozco bien, ignorando que encima de fea fuese ilegal. En Almería también se va a producir el derribo de otro hotel invasor de la arena marítima, y en Cantabria, que algunos llaman "la Marbella del norte", los tribunales han ordenado la demolición de 400 viviendas, un polideportivo, tres naves industriales y una depuradora construida en una marisma de la ría de Suances, habiendo asimismo anulado una decena de planes urbanísticos que amenazaban con desvirtuar parajes tan hermosos como el Parque Natural de Oyambre o la localidad de San Vicente de la Barquera. Por otro lado, en unas declaraciones recogidas por Alejandrina Gómez en la revista Tiempo, el Fiscal coordinador de urbanismo y medio ambiente en el Supremo, Antonio Vercher, pronunciaba esta frase, esperemos, inapelable: "la demolición está prevista en la ley, y hay que hacer uso de ese instrumento".

En Madrid si nos pusiéramos a demoler lo especulativo no acabaríamos nunca, y por eso yo avanzo mi lista restringida de hitos "demolibles", consciente de que no todos serán ilegales pero sí desde luego inútiles, molestos e hirientes a los ojos del alma. Animo a los lectores a enviar al periódico sus propias preferencias en materia de demolición utópica, y seguro que salen unos lucidísimos "40 principales" del horror arquitectónico. Una de mis "bêtes noires" es Colón, y no en sí misma, pues la plaza y el monumento tienen hasta su gracia ahora que la cascada es virtual y no acuática, sino por albergar en sus extremos dos de los mayores esperpentos de la ciudad. Me refiero, naturalmente, a los pedruscos conmemorativos de la Gesta Colombina, esculpidos (a la cara del viandante) por Vaquero Turcios, y, enfrente, el llamado "Enchufe" o Torres Colón, obra señera del estudio Lamela, responsable reciente de ese algo más hermoso aunque igualmente "colorinche" e impracticable edificio que es la Terminal 4 de Barajas. Derruir la catedral de la Almudena, con su inmarcesible contenido de "kikos", es más un sueño imposible que una modesta proposición, pues no conviene excitar estos días a la iglesia católica, que ve enemigos por todas partes. Dos obras más merecerían, después de estar en la picota, caer bajo la piqueta. El intercambiador de la avenida de América ha sido denunciado en la prensa por su aberrante (y peligroso) trazado, a lo que suma su peculiar sistema de refrigeración, consistente en unos ventiladores que echan sobre los viajeros tufaradas del aire tórrido que extraen del ambiente (en este caso no medio, sino entero). A pocos metros de allí, en el comienzo de la autovía de Barcelona, se alza el flamante hotel Puerta de América, en cuyo diseño participaron arquitectos de fama mundial. El bar es bonito, pero esos versos o pensamientos de andar por casa (en chancletas) en su fachada, dan grima. Una entrada chillona a la capital europea del ruido.

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