Crítica:

El muro de la comodidad

La aparente comodidad de la vida moderna puede ser terrorífica si se observa desde otro punto de vista. Por ejemplo, el de un grupo de animales que, tras despertarse de un largo y reparador sueño invernal, comprueba cómo un enorme muro los ha dejado encerrados en un mínimo reducto del bosque que antes disfrutaban a sus anchas. ¿El muro de Berlín? ¿El de la frontera entre México y Estados Unidos? ¿El construido por Israel en el corazón de Palestina? No, en realidad se trata de los inmensos setos que separan las parcelas de una urbanización de lujo repleta de chalets recién construidos, aunque l...

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La aparente comodidad de la vida moderna puede ser terrorífica si se observa desde otro punto de vista. Por ejemplo, el de un grupo de animales que, tras despertarse de un largo y reparador sueño invernal, comprueba cómo un enorme muro los ha dejado encerrados en un mínimo reducto del bosque que antes disfrutaban a sus anchas. ¿El muro de Berlín? ¿El de la frontera entre México y Estados Unidos? ¿El construido por Israel en el corazón de Palestina? No, en realidad se trata de los inmensos setos que separan las parcelas de una urbanización de lujo repleta de chalets recién construidos, aunque la metáfora de la división entre el mundo de los poderosos que no desea ver perturbada su tranquilidad suena lo suficientemente clara y fuerte como para que los niños entiendan lo que significa tal aislamiento. Vecinos invasores, nueva cinta de animación creada por los responsables de Shrek y Madagascar, dirigida por Tim Johnson, uno de los autores de la exultante Hormigaz (1998), convierte la gélida vida prefabricada de la sociedad occidental en un cuento de terror en el que los monstruos son los sistemas de regadío, las calles no peatonales y los macroproyectos urbanísticos despersonalizados.

VECINOS INVASORES

Dirección: Tim Johnson, Karey Kirkpatrick. Intérpretes: Bruce Willis, Garry Shandling, Steve Carell, Thomas Haden Church (voces). Género: animación. EE UU, 2006. Duración: 83 minutos.

Con cierto espíritu de dibujo animado de la Warner y unos cuantos toques cinéfilos (el grito de "¡Steeella!" a lo Un tranvía llamado deseo), Vecinos invasores está protagonizada por zarigüeyas, mofetas, mapaches y tortugas que no tienen más remedio que enfrentarse a la presunta civilización, la que no permite la más mínima intromisión en su fortaleza de comodidad. Donde un luminoso frigorífico atestado de comida resulta a ojos de los animales algo así como el descubrimiento de un inmenso tesoro en lo más profundo de las pirámides de Egipto. Johnson, Kirkpatrick y sus guionistas dirigen sus aventuras con el endiablado ritmo de sus anteriores productos, sólo soliviantado por la esporádica injerencia de encadenados de imágenes acompañados de un pusilánime fondo musical, sin duda destinado a la consecución de una nominación al Oscar a la mejor canción.

Es una pena que el último tercio derive hacia una especie de Misión imposible animal que resta puntos al conjunto por culpa de su ausencia de capacidad de sorpresa, pero el elogio del compañerismo y de la fidelidad, que nunca traspasa la frontera de lo reaccionario, y su denuncia de la supina estupidez de ciertas rutinas de la vida ultramoderna conforman una película tan divertida como reivindicable para críos y no tan críos.

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