Cartas al director

Vuelve el discurso del miedo

Se hace imposible entender cómo la imagen de un cayuco cargado de miseria humana pueda convertirse en el eje principal que marque el discurso apocalíptico de la derecha española. Nada nuevo para quienes conocemos a los agoreros del fatalismo, que aprovechan la mínima oportunidad para expulsar su ira, a sabiendas de que juegan con el drama humano. En esta búsqueda de réditos políticos, todas las armas son necesarias para tocar la fibra más sensible de los "invadidos".

Todavía tenemos en mente las promesas electorales de comienzos del milenio, donde, bajo la marca del PP, un eslogan convo...

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Se hace imposible entender cómo la imagen de un cayuco cargado de miseria humana pueda convertirse en el eje principal que marque el discurso apocalíptico de la derecha española. Nada nuevo para quienes conocemos a los agoreros del fatalismo, que aprovechan la mínima oportunidad para expulsar su ira, a sabiendas de que juegan con el drama humano. En esta búsqueda de réditos políticos, todas las armas son necesarias para tocar la fibra más sensible de los "invadidos".

Todavía tenemos en mente las promesas electorales de comienzos del milenio, donde, bajo la marca del PP, un eslogan convocaba a sus adeptos a votar: "Por la seguridad de España". El vínculo inmigración-delincuencia fue la bandera de lucha que jugó con la suerte de miles de inmigrantes abandonados luego del cierre del régimen general en enero de 2001. Ese millón y medio de desesperados de los que hablan Rajoy, Acebes y Zaplana fueron víctimas no solamente de una persecución administrativa, sino, también, de otra con carácter policial: los operativos Ludeco y Café apuntaban a cumplir la promesa de José María Aznar, que gritaba a los cuatro vientos que iba a "barrer las calles de delincuentes". Ése fue un valor añadido que lo mantuvo en el poder por segunda ocasión.

El tan cacareado efecto llamada no es producto del supuesto "coladero" de la Junquera, ni se ha fomentado por un proceso de normalización que ha hecho posible que casi 700.000 personas sean reconocidas como tales, con derechos y deberes. En realidad, la llegada de importantes flujos migratorios se dio bajo el paraguas del Gobierno popular cuando en el año 2003 las fronteras del sur recibían a cientos de personas que trazaron su periplo en patera desde las costas marroquíes. En otros casos, como el de los ecuatorianos, quedaron abandonados luego de improvisadas soluciones al estilo "retorno voluntario", donde unos 21.000 ingenuos confiaron en las palabras del actual líder de la oposición, Mariano Rajoy, cuando fue encargado de Interior, quien les ofreció darles sus papeles si regresaban a Ecuador. Solamente 1.500 lograron su objetivo, ¿y el resto?

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Ésa es la forma de visionar y manipular la inmigración, según la postura conservadora. Para colocar la guinda, los canales autonómicos dirigidos por el Gobierno popular llenan su basura mediática con sucesos protagonizados por inmigrantes, donde a cualquier ciudadano se le pone los pelos de punta porque no solamente son presuntamente los más viles delincuentes, sino, también, los portadores de todos los males como la hepatitis, tuberculosis y sida.

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