Columna

Quo vadis, PSC?

Muy seguros deben de estar los dirigentes del PSC sobre sus apoyos electorales para tratar con tanta ligereza el futuro de su presidenciable. Si el objetivo era trasladar a la opinión pública y en particular a su electorado el debate sobre quién debe encabezar la próxima candidatura al Parlament, hay que reconocer que el objetivo se ha alcanzado. Hay dudas sobre la bondad de este debate, y no sólo por el momento en que se produce -en plena campaña estatutaria-, sino también por las secuelas que puede dejar en su propio electorado. En el análisis del comportamiento electoral hay pocas co...

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Muy seguros deben de estar los dirigentes del PSC sobre sus apoyos electorales para tratar con tanta ligereza el futuro de su presidenciable. Si el objetivo era trasladar a la opinión pública y en particular a su electorado el debate sobre quién debe encabezar la próxima candidatura al Parlament, hay que reconocer que el objetivo se ha alcanzado. Hay dudas sobre la bondad de este debate, y no sólo por el momento en que se produce -en plena campaña estatutaria-, sino también por las secuelas que puede dejar en su propio electorado. En el análisis del comportamiento electoral hay pocas cosas tan seguras como que el electorado busca seguridad, que es tanto como decir que premia las certezas y castiga las dudas y las confusiones. A partir de ahí se hace incomprensible el debate que una parte muy importante de los dirigentes socialistas catalanes y españoles han trasladado a los medios de comunicación.

Los socialistas catalanes están posiblemente ante las puertas de un nuevo drama de características similares al que vivieron en 1980. Primero fueron las urnas las que sorprendieron a muchos en marzo de 1980 dando una victoria cómoda aunque insuficiente, por relativa, a Jordi Pujol. Pocas semanas después fueron los propios socialistas los que, incomprensiblemente, desoyeron el razonamiento de Isidre Molas y algunos pocos dirigentes socialistas más, que se inclinaban por aceptar la invitación de Jordi Pujol y CiU a integrarse en el Ejecutivo catalán. Dos años después, tras el episodio de la LOAPA y la victoria de Felipe González, las expectativas de victoria de los socialistas catalanes en unas elecciones nacionales -es decir, catalanas- se alejaban definitivamente del horizonte. Fue el inicio de lo que Raimon Obiols describió como "els anys de plom".

Después de ese largo periodo en que la izquierda catalanista ha estado en la oposición, la experiencia de gobierno catalanista y de izquierdas abierta en noviembre de 2003 puede estar escribiendo las últimas páginas de este periodo que se prometia largo y fructífero en el Saló del Tinell el 14 de diciembre de 2003. De consumarse el drama del PSC, las consecuencias se harán extensibles a toda la izquierda catalanista. Nuestra izquierda es plural, tan plural que es no es posible que ejerza el gobierno si una de las partes que la configuran falla en las obligaciones electorales asignadas previamente. Y guste o no, la única formación que hoy puede tutearse con CiU es el PSC. Si en esa relación de tuteo la parte socialista se debilita, las consecuencias no sólo afectan al PSC, sino a toda la izquierda sociológica del país, ya que sin el PSC no hay Gobierno de izquierdas posible en Cataluña.

Aunque pueda parecer contradictorio, afirmo que el drama del PSC se origina con la victoria de Zapatero. La historia es caprichosa, contradictoria y a veces cruel con algunos de sus protagonistas. Ya lo decía Maquiavelo cuando en su obra de referencia, El príncipe, define la fortuna como un componente que determina, a veces para bien y a veces para mal, el porvenir de un gobernante. Pues bien, la fortuna para el PSC -y para el Gobierno de Maragall- se volvió adversa tras la victoria de Zapatero. Pero lo peor no es eso, sino la escasa virtud -siguiendo la terminología de Maquivaelo- que han mostrado los socialistas catalanes y en general las formaciones que integran el actual Gobierno de la Generalitat. Una fortuna adversa, nos dice Maquiavelo, sólo la virtud del gobernante pude doblegarla. Hoy nuestro gobernante, nuestro "príncipe", son los partidos políticos en el poder. Pues bien, todos ellos han estado faltos de virtud para vencer la fortuna adversa que la coyuntura política española ha deparado estos últimos dos años.

Es evidente que el socialismo español tolera muy mal que los socialistas catalanes esten presidiendo la Generalitat. Lo toleran tan mal que no les es digerible y por ello prefieren sin ningún tapujo que quien ocupe la presidencia de nuestro Gobierno sea otro partido; de poder ser, CiU. Es la alianza entre el social-liberalismo español, que encarna el PSOE desde el congreso de Suresnes, y una de los dos formaciones de centro derecha auténticamente liberal y democrática que hay en el estado; CiU. La otra es el PNV. El PSC fue en los ochenta moneda de cambio de los socialistas españoles y ahora lo ha vuelto a ser.

La duda que se me plantea es saber si los dirigentes socialistas catalanes se resignan ante este escenario o se rebelan contra él. A tenor del debate sobre el candidato socialista al cual nos estan sometiendo, la respuesta parece clara. Consciente o inconscientemente, parecen afrontar un futuro inmediato donde el protagonismo político volverá a las manos de CiU y para el cual ellos parecen no ahorrar esfuerzos. Es como si el vértigo que ese trayecto inciado a finales de 2003 en eso que alguien llamó el Dragon Khan les hubiera inclinado a apearse de él para reponerse. El problema es el tiempo que transcurrirá para volver a subir a un tren gubernamental cuando todo apunta que nuevamente la alianza entre el PSOE y CiU toma cuerpo de manera muy seria.

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Deben saber los socialistes -porque hay gente muy sabia en sus filas- que un tropiezo de dimensiones en las próximas elecciones catalanas puede también tener consecuencias serias en las elecciones municipales de 2007. No creo que sean muchos en el PSC los que estén dispuestos a ofrecer tanto sacrificio para beneficio del PSOE. Sólo la plenitud de un PSC -con grupo parlamentario propio en Madrid- que incluya la voluntad de ganar las próximas elecciones catalanas puede evitar una nueva travesía en el desierto para las izquierdas catalanistas. Pero para ello hace falta virtud.

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