Editorial:

AENA como anomalía

El aeropuerto de El Prat de Barcelona figura entre los que más crecen en Europa en tráfico de pasajeros. En 2004 era el décimo de Europa y AENA prevé que termine en octavo lugar a final de este año. En él operan decenas de compañías. Una de ellas, Iberia, ha anunciado que reducirá su presencia después del verano para operar desde El Prat hacia Europa con una línea de bajo coste. Iberia aduce motivos de falta de rentabilidad en sus vuelos desde Barcelona para justificar, sin dar detalles, sus decisiones. Cabe preguntarse por qué el resto de líneas aéreas, y no sólo las de bajo coste, ganan pasa...

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El aeropuerto de El Prat de Barcelona figura entre los que más crecen en Europa en tráfico de pasajeros. En 2004 era el décimo de Europa y AENA prevé que termine en octavo lugar a final de este año. En él operan decenas de compañías. Una de ellas, Iberia, ha anunciado que reducirá su presencia después del verano para operar desde El Prat hacia Europa con una línea de bajo coste. Iberia aduce motivos de falta de rentabilidad en sus vuelos desde Barcelona para justificar, sin dar detalles, sus decisiones. Cabe preguntarse por qué el resto de líneas aéreas, y no sólo las de bajo coste, ganan pasaje internacional en El Prat y no lo hace Iberia. A ese interrogante se suma la visión del usuario. El viajero residente en Barcelona o su área de influencia que quiere viajar a Estados Unidos y no puede hacerlo en Iberia, ve cómo las compañías Delta, Continental o US Airways sí consiguen llenar de pasajeros esos vuelos sin perder dinero.

Iberia, una vez privatizada, tiene derecho a tomar las decisiones que crea oportunas, y la primera obligación de sus directivos es hacerla rentable. Sin embargo, arrastra de su época de monopolio público un sistema aeroportuario centralizado que le beneficia y que impide a otros centros competir entre ellos con una gestión autónoma. Por ello, no es extraño que subsistan sospechas de connivencia entre Iberia y Aeropuertos Nacionales y Navegación Aérea (AENA), organismo, éste sí, perfectamente público. Basta recordar la pugna de la compañía con sus rivales por la nueva terminal de Barajas, la T-4, o el anuncio de cesión gratuita, el pasado miércoles, de 26.500 metros cuadrados de suelo por parte de AENA a Iberia en El Prat para que construya un hangar de mantenimiento, a cambio de mantener los vuelos a través de la futura línea de bajo coste, en la que participa Iberia.

AENA es una anomalía en Europa. Se encarga de la gestión de todos los aeropuertos españoles y de la navegación aérea, y es también la autoridad reguladora en los planes de nuevos aeropuertos. En el Reino Unido, la gestión de los aeropuertos es privada y la actividad reguladora corresponde al Ministerio de Transporte. AENA participa con empresas en la gestión privatizada de aeropuertos no españoles. No sólo los Gobiernos autónomos (de Cataluña, País Vasco, Baleares, Canarias y Andalucía), sino también el comisario europeo de Transportes, Jacques Barrot, reclaman una pronta descentralización del sistema aeroportuario español. Sin AENA como anomalía, las decisiones de Iberia chocarían menos.

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