Columna

El poema y la caja

Llevaba varias semanas dándole vueltas a un asunto, buscando la mejor manera de presentarlo en estas líneas, el marco más adecuado para realzar su imagen. Pensé en asociarlo a la celebración (es un decir) del Primero de Mayo porque el asunto tiene que ver con el empleo. También en vincularlo al debate (en fin) del tren vasco de alta velocidad porque tiene igualmente la forma de una Y acelerada. Seguía yo dándole vueltas a la manera más justa de abordarlo aquí y, de repente, llegó un poema. Se titula La cajera Muriel y lo leyó el otro día en San Sebastián -en la clausura del festi...

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Llevaba varias semanas dándole vueltas a un asunto, buscando la mejor manera de presentarlo en estas líneas, el marco más adecuado para realzar su imagen. Pensé en asociarlo a la celebración (es un decir) del Primero de Mayo porque el asunto tiene que ver con el empleo. También en vincularlo al debate (en fin) del tren vasco de alta velocidad porque tiene igualmente la forma de una Y acelerada. Seguía yo dándole vueltas a la manera más justa de abordarlo aquí y, de repente, llegó un poema. Se titula La cajera Muriel y lo leyó el otro día en San Sebastián -en la clausura del festival Literaktum- su autora, la poeta malagueña María Eloy García. Lo leyó con tanta convicción y tanta fuerza que, mientras escuchaba sus palabras, las veía escritas sobre el aire de la realidad, como en un brillante subtítulo, grabándose ahí. Y recordé al poeta finlandés Lars Huldén, que en Lecturas para caminantes, escribe: "¿Lograré aprender alguna vez que la creación poética es una cosa seria? Dime, ¿no es una cosa seria?"

Iba diciendo ese poema: "Estoy pensando en la cajera sedente, ella es lo verdadero de la sincronía del mundo, con su rayo láser ávido de códigos me murmura complacida las ofertas y cómo suma los dígitos arrastrando entre lo dócil y el hastío el tesoro precioso de mi dulce integral, a través de la máquina que le computa el precio exacto de toda mi tarde"..., y yo me acordaba también de Mahmud Darwix: "Lo que la gente necesita está en las palabras del poema. Las palabras del poema son el suelo del significado". Sí, me decía, mientras el poema continuaba: "La cajera extraordinaria teclea el sumatorio de la melancolía". Sí, el poema es el solar del significado, los cimientos sobre los que crecen los pisos del sentido. Un piso y otro y otro, cada vez más altos y en apariencia más despegados de la realidad. Pero sólo la altura permite la visión, la comprensión global, y el buen poema va convirtiendo lo singular en universal, un hecho en un símbolo.

Y ahí justamente quería yo llegar, al territorio de los símbolos, a la imagen que revelan simbólicamente las cajas de los hipermercados y sus correspondientes cajeras, obligadas a sumar a toda velocidad montañas de productos y a ayudar con las bolsas al cliente que tarda en recoger su compra, poniendo en peligro la fluidez de la cola. Obligadas a decir buenas días o tardes y adiós, a pegar el adiós al buenas tardes siguiente y así sin parar durante horas. En la caja del hipermercado, delante de nuestros ojos, se expresa como en un libro abierto, como en un poema abierto en canal, el crudo fundamento de la precariedad o la dramática parcelación del trabajo, que es la de la riqueza y la del mundo; porque la comodidad del cliente, su satisfacción, pasa porque la cajera se dé prisa. Venga, que se dé prisa, que sume los productos a toda velocidad, que no me haga perder tiempo. Aunque ese ritmo endiablado implique que ella, la cajera Muriel o Ana o Haizea o Edurne o Isabel, que ella no tenga tiempo ni para respirar, ni para suspirar, ni para distinguir una sensación de un pensamiento.

En fin, que lo que llevo semanas queriendo contar en esta columna es que están cambiando las cajas de nuestro hipermercado más famoso, del que más (se) importa. Ahora cada chica registradora tiene a su cargo una caja bífida, dividida en dos ramas; un caja en forma de diminuta Y vasca. Porque de lo que se trata es de aumentar su velocidad, de exprimir su rendimiento, que sume más deprisa, para que el cliente no tenga que esperar, sufrir, aburrirse, arrepentirse en la cola. Y entonces la cajera (al cuadrado) contabiliza un carro y antes de que su dueño prepare y efectúe el pago, antes del adiós definitivo, ya le está diciendo al cliente siguiente buenos días, y ya le está sumando la cuenta, deslizándole velozmente los productos por el segundo brazo de su nueva, flamante, caja. Y para cuando paga el primer cliente ya puede estar lista la cuenta del segundo y enseguida se puede empezar con el tercero. Sin perder tiempo. Adiós. Buenas tardes. A toda marcha, la caja y el modelo social como un poema.

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