Editorial:

'Porco' Calcio

El fútbol italiano toca fondo. Su buque insignia, la Juventus, se dirige, casi con toda seguridad, a una condena al descenso de categoría y a la pérdida de los dos últimos títulos ligueros por la implicación directa, a través de su ex director general Luciano Moggi, en la designación de árbitros, arreglo de partidos, coacciones y apaños en la compraventa de jugadores. La degradación rebasa con creces escándalos anteriores, como el de las quinielas clandestinas que llevó al Milan a la Serie B en los ochenta, la falsificación de pasaportes de extranjeros de origen italiano o el dopaje en los nov...

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El fútbol italiano toca fondo. Su buque insignia, la Juventus, se dirige, casi con toda seguridad, a una condena al descenso de categoría y a la pérdida de los dos últimos títulos ligueros por la implicación directa, a través de su ex director general Luciano Moggi, en la designación de árbitros, arreglo de partidos, coacciones y apaños en la compraventa de jugadores. La degradación rebasa con creces escándalos anteriores, como el de las quinielas clandestinas que llevó al Milan a la Serie B en los ochenta, la falsificación de pasaportes de extranjeros de origen italiano o el dopaje en los noventa. Ya no se trata de fenómenos más o menos localizados de corrupción, sino de un amplio y complejo entramado mafioso dirigido por Luciano Moggi, Lucianone para los amigos, un napolitano ex ferroviario que rondó por diversos clubes antes de recalar como director general en la Juve, la Vecchia Signora, propiedad de la Fiat y de la familia Agnelli.

La consecuencia de este escándalo es que el ambiente en el fútbol italiano ya no es de crisis sino de putrefacción. Las culpas, acusaciones y sospechas se extienden sin cesar, salpican a dirigentes de la Juve pero también al Milan, al Lazio y a la Fiorentina, a la cúpula de la Federación Italiana de Fútbol, a varios árbitros (uno de ellos designado para el próximo Mundial de Alemania), futbolistas, periodistas, policías y oficiales de la Guardia de Finanzas. La trama está aderezada hasta con dinero negro refugiado en cuentas secretas en la banca vaticana de una sociedad de Moggi para la compraventa de jugadores.

Muchos intuían el lodazal del Calcio pero nadie sus dimensiones. Comenzaron a perfilarse con las escuchas telefónicas que la policía inició hace más de un año. Independientemente de la presunta responsabilidad penal de los implicados, el caso refleja una cultura perfectamente pervertida del deporte y del fútbol en particular. Las ingentes sumas manejadas en la televisión y en la comercialización de marcas están en su origen. Pero sería hipócrita y equivocado concluir que la corrupción en el fútbol es un fenómeno exclusivamente italiano. Los recientes escándalos en Alemania, mucho menores, lo demuestran. En España no hay indicios de que el fútbol haya ya caído en manos mafiosas. Pero tampoco faltan las sospechas.

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