Crítica:

Godard prerrevolucionario

Unos meses antes del estallido del contestatario movimiento político, social y cultural desarrollado en Francia en el año 1968, Jean-Luc Godard filmó un particularismo experimento fílmico que, más allá de sus virtudes o sus defectos, puede verse hoy como un implacable, demoledor y visionario documento sobre el vómito de denuncia que se estaba gestando en la comunidad estudiantil parisiense. Evidentemente, dada la situación política española de la época, La chinoise, rodada en 1967, no se estrenó en nuestro país y posteriormente nunca se ha llegado a proyectar en cines comerciales.
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Unos meses antes del estallido del contestatario movimiento político, social y cultural desarrollado en Francia en el año 1968, Jean-Luc Godard filmó un particularismo experimento fílmico que, más allá de sus virtudes o sus defectos, puede verse hoy como un implacable, demoledor y visionario documento sobre el vómito de denuncia que se estaba gestando en la comunidad estudiantil parisiense. Evidentemente, dada la situación política española de la época, La chinoise, rodada en 1967, no se estrenó en nuestro país y posteriormente nunca se ha llegado a proyectar en cines comerciales.

Por eso la llegada a un par de salas de Madrid y Barcelona del filme de Godard supone una oportunidad única para rememorar (o en el caso de las nuevas generaciones de cinéfilos, simplemente descubrir) los prolegómenos ideológicos de la rebelión estudiantil convertida poco más tarde en obrera.

LA CHINOISE (LA CHINA)

Dirección: Jean-Luc Godard. Intérpretes: Jean-Pierre Léaud, Anne Wiazemsky, Juliet Berto, Michel Semeniako. Género: político. Francia, 1967. Duración: 95 minutos.

La chinoise supone en la filmografía de Godard un giro hacia una temática más política, que, más allá de su experimentación formal (ruptura de los códigos espacio-temporales, utilización de fotografías y carteles tipográficos entre secuencias, muestrario del artificio y de la maquinaria cinematográfica...), puede verse hoy de dos formas muy distintas, ambas cargadas de sentido. La primera, intentando adentrarse en la mente de los estudiantes de ideas izquierdistas de la época, hartos de los fundamentos en los que se basaba (y se basa) la sociedad occidental, cada vez más críticos con la situación político-social en Rusia y que, en algunos casos (como los jóvenes protagonistas de la película), comenzaban a mirar a China, al maoísmo y a su incipiente revolución cultural como salida ideológica a sus problemas.

Aunque una segunda forma de ver el filme, quizá aún más interesante, es observarlo desde la distancia, desde el conocimiento del fracaso de la revolución estudiantil, desde la crítica. Una posición que ya se nota que embargaba a Godard en diferentes pasajes del documento, al convertir a sus protagonistas en meros bobos aquejados de verborrea discursiva, en charlatanes cuya presunta profundidad ideológica queda al descubierto al menor contratiempo, caso de la ilustrativa conversación-discusión en el tren. Como oficialmente dijo el Partido Comunista Francés de la época, buena parte de los revolucionarios eran simples "hijos de la gran burguesía, despectivos hacia los estudiantes de origen obrero, que pronto se cansarían de protestar para heredar los negocios de papá".

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