Editorial:

Sonrisas y pifias

Lo más positivo de la visita oficial de cuatro días del presidente chino Hu Jintao a Estados Unidos ha sido la foto del jueves con el presidente Bush en la Casa Blanca. Sus disciplinadas sonrisas contrastaban con la actitud del líder republicano al comienzo de su mandato en 2001, cuando señalaba a China como la mayor preocupación exterior de su Gobierno, calificándola de competidor estratégico en lugar de socio estratégico, como había preferido denominarla su antecesor, el demócrata Clinton.

Más allá de ese estimable esfuerzo en disentir amistosamente, ningún acuerdo, ning...

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Lo más positivo de la visita oficial de cuatro días del presidente chino Hu Jintao a Estados Unidos ha sido la foto del jueves con el presidente Bush en la Casa Blanca. Sus disciplinadas sonrisas contrastaban con la actitud del líder republicano al comienzo de su mandato en 2001, cuando señalaba a China como la mayor preocupación exterior de su Gobierno, calificándola de competidor estratégico en lugar de socio estratégico, como había preferido denominarla su antecesor, el demócrata Clinton.

Más allá de ese estimable esfuerzo en disentir amistosamente, ningún acuerdo, ningún progreso, y unas cuantas pifias. Hu coincidía con Bush en ponderar la presunta escalada iraní hacia la consecución del arma atómica, pero no apoyaba a Washington en su pretensión de que el Consejo de Seguridad llegue a sancionar a Teherán si no renuncia al enriquecimiento de uranio; y, casi de igual forma, hablaba de moderar con el consumo interno el enorme desequilibrio en favor de China en el comercio bilateral, o de combatir la piratería comercial, pero siempre sin anunciar medidas concretas del tipo de la revaluación del yuan.

Las meteduras, como que se colara en la ceremonia de discursos en los jardines de la Casa Blanca una seguidora de la secta seudorreligiosa de Falun Gong -prohibida en China- para apostrofar a Hu, y la penosa chapucería de que por un altavoz se identificara a la República Popular China como República de China, que es el nombre oficial de Taiwan, la isla reivindicada por Pekín, fueron lo bastante graves como para que, al parecer, el presidente chino cancelara una declaración prevista para aquella misma tarde. Como se dice en diplomacia cuando no hay acuerdos, pero tampoco graves tensiones, las conversaciones fueron constructivas.

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Hu volaba ayer a otra visita oficial, Arabia Saudí, como para subrayar la glotonería de crudo que siente una economía que crece a más del 10%, lo que contribuye, según Estados Unidos, a mantener tan altos los precios del petróleo. Pero con ambigüedades inevitables de ambos lados, hay que pensar que los dos colosos, uno maduro, el otro en ciernes, entienden perfectamente la necesidad de estrechar lazos y aprender a cooperar. No sólo son Estados Unidos y China quienes se beneficiarán de ello, sino todo el mundo. Por eso, esta visita no puede considerarse en absoluto una ocasión perdida.

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