Columna

Uno de los nuestros

Concluida la Semana Santa, abrimos los periódicos tras días de voluntaria ausencia y, además de la negra crónica de las muchas muertes habidas en la carretera, encontramos el anuncio de una muerte que ya no lo será: la del joven de origen guipuzcoano Paco Larrañaga, condenado en Filipinas a la pena capital, y beneficiado por un decreto presidencial que conmuta dicha pena por la de cadena perpetua. Al parecer, la medida ha afectado a más de mil personas de aquel país, que han abandonado así lo que suele llamarse "corredor de la muerte", macabra antesala que precede a los asesinatos legales. Per...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Concluida la Semana Santa, abrimos los periódicos tras días de voluntaria ausencia y, además de la negra crónica de las muchas muertes habidas en la carretera, encontramos el anuncio de una muerte que ya no lo será: la del joven de origen guipuzcoano Paco Larrañaga, condenado en Filipinas a la pena capital, y beneficiado por un decreto presidencial que conmuta dicha pena por la de cadena perpetua. Al parecer, la medida ha afectado a más de mil personas de aquel país, que han abandonado así lo que suele llamarse "corredor de la muerte", macabra antesala que precede a los asesinatos legales. Pero mientras leía la noticia, una duda saltaba en mi mente: ¿nos habríamos enterado de la suerte de estos mil infelices si entre ellos no hubiera estado el hijo de un pelotari de Alegia que hace años emigró al Extremo Oriente?

He de reconocer que la duda se disipó rápidamente para dar paso a una certeza: no, seguramente no habríamos tenido noticia de una medida que ha devuelto a la vida a cientos de seres humanos que estaban a punto de ser obligados a abandonarla. Si nos hemos enterado, y nos hemos podido alegrar, es porque entre ellos había "uno de los nuestros". Y es que la familia de Paco Larrañaga, al igual que la de otro ciudadano de origen vasco, Pablo Ibar, sobrino del que fuera levantador de piedras y luego boxeador Urtain, y actualmente condenado a muerte en EEUU, apelando a los orígenes familiares para recabar la solidaridad de población e instituciones vascas, han logrado el suficiente eco en los medios de comunicación como para que hayamos podido conocer su peripecia y su drama.

Al hilo de la alegría que produce saber que un ser humano -en este caso Paco Larrañaga- no va a ser ya ejecutado, surgen algunas reflexiones sobre el restringido ámbito de muchos de nuestros sentimientos solidarios y nuestras simpatías hacia otras personas. Asumimos como algo normal e inevitable la noticia de un lejano terremoto o un huracán capaz de provocar miles de muertos, pero nuestra percepción del hecho adquiere otra dimensión cuando se conoce que entre las víctimas había ciudadanos de nuestro país. Convivimos sin inmutarnos con las imágenes de las pateras hundiéndose en el Estrecho mientras intentan llegar a una costa a la que no les está permitido arribar, pero nos rasgamos las vestiduras cuando un vecino o un conocido es retenido en la aduana de cualquier aeropuerto de EEUU como sospechoso de pretender entrar ilegalmente en aquel país. Y es que las tragedias tienen otro carácter cuando entre las víctimas hay "alguno de los nuestros".

Sin embargo, "los nuestros" no sólo son capaces de despertar nuestra solidaridad frente a la adversidad, sino también nuestra adhesión ante el éxito. El mundo del deporte es un buen exponente de ello. A nadie le importa una higa el golf, el automovilismo, el salto con pértiga, la natación o el tiro de pichón. Pero basta que "uno de los nuestros" se convierta en estrella de cualquiera de estas especialidades para que los medios de comunicación dediquen amplios espacios a dichos deportes. Un buen amigo me hacía notar hace poco que hay medios que ofrecen sistemáticamente el resultado de algunos partidos de baloncesto de la NBA norteamericana por el simple hecho de que en uno de los dos equipos contendientes compite un ciudadano español. Si no concurriera dicha circunstancia, es casi seguro que nadie conocería -y a nadie le importaría- el resultado obtenido por dichos equipos.

Ser "uno de los nuestros" no garantiza derechos ni genera inmunidades. Tampoco significa que de ese hecho surja automáticamente la adhesión o la solidaridad. La propia pertenencia al mundo de "los nuestros" es algo muchas veces discutido, como si de ello dependiera nuestro juicio sobre determinados comportamientos humanos. Sin embargo, parece claro que las personas no nos identificamos con nuestros semejantes -para bien o para mal- por el mero hecho de serlo, sino en función de su pertenencia -cercana o remota- al mundo de "los nuestros".

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En