Columna

El casillero

Dos madres judías se encuentran en el paraíso de los jubilados, Florida. "¿Qué tal tu hijo?", pregunta una, a lo que la otra responde: "Bueno, tengo sobre él dos noticias, una buena y una mala. Empiezo por la mala, es homosexual". La otra mujer, pregunta, "¿Y la buena?", y la madre responde: "Que sale con un buen chico judío". Las madres (salvo penosas excepciones) hacen por adaptarse. Incluso en el difícil territorio de Brokeback Mountain: un amigo de Tejas, poeta notable, me contaba que sus padres comunicaban la homosexualidad del hijo a los vecinos echando mano, sin saberlo, del viej...

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Dos madres judías se encuentran en el paraíso de los jubilados, Florida. "¿Qué tal tu hijo?", pregunta una, a lo que la otra responde: "Bueno, tengo sobre él dos noticias, una buena y una mala. Empiezo por la mala, es homosexual". La otra mujer, pregunta, "¿Y la buena?", y la madre responde: "Que sale con un buen chico judío". Las madres (salvo penosas excepciones) hacen por adaptarse. Incluso en el difícil territorio de Brokeback Mountain: un amigo de Tejas, poeta notable, me contaba que sus padres comunicaban la homosexualidad del hijo a los vecinos echando mano, sin saberlo, del viejo chiste: "Mi hijo viene desde Nueva York este fin de semana, no quiere ocultar que es gay y trae al novio, pero vaya, que el novio es doctor y trabaja en un hospital". ¿Y qué suegros en la edad de los achaques y la jubilación son capaces de renunciar a una tentación tan golosa como la de un yerno médico aun teniendo que asumir públicamente la pequeña "falta"? Las cosas caen por su peso. La Iglesia sigue empeñada en escandalizarse por bodas que ni le van ni le vienen, que no entran dentro de su jurisdicción ni de su competencia. Ocurre que a veces se casan dos hombres que la Iglesia considera más suyos que otras ovejas descarriadas, dos hombres de ideología conservadora (José Araújo es edil del PP), y entonces la Iglesia se rebota, lo acusa como una traición, porque la Iglesia entiende que estos dos concretamente tenían que estar dentro de su casillita, casillita destinada a las personas de ideología conservadora y que no debieran hacer ostentación de un amor erróneo en público. En realidad, ésa es la natural consecuencia de entender la vida como un gran casillero, que nos encontramos con las molestas excepciones. Lo bueno de hacer del mundo un casillero es que todo está absolutamente ordenado, es un modelo de sociedad perfecto para los obsesivos-compulsivos, porque se clasifica a cada persona según al grupo al que pertenece. Un mundo feliz para Beckham, el futbolista que ordena los frigoríficos. Dentro del gran frigorífico beckhamiano encontraríamos a un lado al gay de derechas que debe disfrutar de su condición discretamente y en público disimular, y al otro, al gay de izquierdas, que debe proclamarlo a los cuatro vientos, militar y afear la conducta al que no milite. Y así con todo.

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