Crítica:

El listo del guionista

El de guionista es un oficio que se alimenta tanto del trabajo, de la profundidad y de la inteligencia como a veces de la astucia. Guionistas listos, tramposos y artificiosos, si se quiere, pero fundamentalmente listos, los ha habido siempre. Joe Eszterhas (La caja de música, Instinto básico) reinó comercialmente a finales de los ochenta. Christopher McQuarrie llegó a ganar el Oscar en 1996 gracias a Sospechosos habituales. Pero, en general, a estos sagaces de la escritura se les acaban pronto los fuegos artificiales. Eszterhas perpetró más tarde bodrios como ...

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El de guionista es un oficio que se alimenta tanto del trabajo, de la profundidad y de la inteligencia como a veces de la astucia. Guionistas listos, tramposos y artificiosos, si se quiere, pero fundamentalmente listos, los ha habido siempre. Joe Eszterhas (La caja de música, Instinto básico) reinó comercialmente a finales de los ochenta. Christopher McQuarrie llegó a ganar el Oscar en 1996 gracias a Sospechosos habituales. Pero, en general, a estos sagaces de la escritura se les acaban pronto los fuegos artificiales. Eszterhas perpetró más tarde bodrios como Sliver, Showgirls y Jade, antes de evaporarse, y McQuarrie sólo ha escrito una película más en 10 años, Secuestro infernal, un rotundo fracaso. El debutante Jason Smilovic, autor del guión de El caso Slevin parece el último en llegar, y ya veremos si también en desaparecer.

EL CASO SLEVIN

Dirección: Paul McGuigan. Intérpretes: Josh Hartnett, Bruce Willis, Morgan Freeman, Ben Kingsley. Género: thriller. EE UU, 2006. Duración: 109 minutos.

Desde la primera secuencia, la escritura de Smilovic es muy aparente, alimentada por una estructura de continuas revueltas en el tiempo que convergen en un determinado nombre: Slevin, personaje clave que, como el Keyser Soze de Sospechosos habituales, con el que mantiene variados puntos de contacto, sólo al final será entendido del todo por el espectador.

Además, Smilovic plaga su historia, ambientada en las mafias de Nueva York y en el mundo de las apuestas clandestinas, de brillantes réplicas y contrarréplicas, aunque quizá se equivoca en la acumulación. Todos los personajes hablan como si lo que fuera a salir de sus bocas estuviera destinado a enmarcarse con letras de molde, y la reiteración termina hartando un tanto. En cuanto a la dirección, el británico afincado en Hollywood Paul McGuigan, autor de Acid House y Obsesión, otro thriller con sorpresa dentro, aporta su estilo sofisticado de factura técnica impecable, moderna fotografía y música cautivadora.

Entretenida, lujosa en cuanto al reparto y por momentos chispeante, El caso Slevin es una de esas películas que, conforme pase el tiempo, quizá acaben desapareciendo de la memoria, pero que, durante su metraje, ofrecen garantías de éxito.

Ben Kingsley, en El caso Slevin.
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