Reportaje:APROXIMACIONES

El legado de Hanuman

Leibniz concibió un universo de mundos posibles; Borges imaginó una biblioteca que contuviese todos los libros posibles. Pero, ¿podríamos imaginar algo, un lugar que contuviese todos estos sueños en germen, todos los mundos, todas las historias sin desarrollar en la mente de nadie, ni siquiera esbozadas, reducidas a los elementos que las hicieran posibles? Sin duda, tal lugar habría de ser un diccionario. Y, puesto que dichos elementos habrían de ser palabras madres, matriciales, sería un diccionario del origen, un diccionario en el origen, y éste, de atenernos a la metafísica de algunas escue...

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Leibniz concibió un universo de mundos posibles; Borges imaginó una biblioteca que contuviese todos los libros posibles. Pero, ¿podríamos imaginar algo, un lugar que contuviese todos estos sueños en germen, todos los mundos, todas las historias sin desarrollar en la mente de nadie, ni siquiera esbozadas, reducidas a los elementos que las hicieran posibles? Sin duda, tal lugar habría de ser un diccionario. Y, puesto que dichos elementos habrían de ser palabras madres, matriciales, sería un diccionario del origen, un diccionario en el origen, y éste, de atenernos a la metafísica de algunas escuelas de la antigua India, sería un diccionario de sánscrito. Según esa tradición, en efecto, el alfabeto sánscrito da cuenta de todos los sonidos que conforman el universo, un universo que, a diferencia del que idearon los griegos, no es visual sino sonoro y cuyo Principio, como Palabra original (Sabdabrahman), contiene en germen todos los sonidos posibles, o sea, todas las cosas. Podemos imaginar un diccionario de sánscrito, pues, como el libro que encerrase la infinita variedad sonora -y material- de la exhalación primera: todos los universos posibles.

Las raíces lingüísticas, las razones seminales, digamos, del sánscrito están vivas en la India y Oscar Pujol las fue a buscar a Benarés

Pero dejémonos de metafísica. El sánscrito es la abuela de las lenguas indoeuropeas. Su literatura, tanto épica como filosófica, que abarca desde la mitad del segundo milenio antes de Cristo hasta la época actual, es más abundante que la griega y la latina juntas y, como mínimo, comparable en calidad con aquéllas. Muerta y viva a un tiempo, pues es a la vez una lengua matriz y una lengua materna (40.000 personas la reconocieron como lengua materna en el censo del año 1991), al par sagrada y profana, es, en la cultura india, no sólo un medio de comunicación, sino la columna vertebral de aquella sociedad, su razón de ser, su sentido.

Para nosotros, aproximarnos al sánscrito es también hacerlo a los orígenes de nuestra cultura y, sin duda, convendría que nos interesásemos por esa lengua como nos hemos interesado por el griego clásico, o por el latín. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurre con el griego o el latín, los idiomas románicos han carecido hasta la fecha de diccionarios de envergadura que no fuesen una réplica sintetizada o disminuida de algún diccionario germánico o anglosajón confeccionado a finales del XIX o principios del XX. Ahora, gracias a la labor, como siempre ocurre con estas cosas, no de un equipo, sino de una única persona que, por puro amor a la cultura en la que se ha introducido, toma sobre sí la responsabilidad de ofrecer a los demás el instrumento maravilloso que habrá de franquearles el acceso a la misma, gracias a una persona especial, ese diccionario existe.

Oscar Pujol, doctor en Filología sánscrita por la Universidad de Benarés, actualmente director de Programación Educativa en Casa Asia (Barcelona) y autor de este diccionario, no es sólo un estudioso de la lengua. Nadie más alejado que él del típico académico polvoriento que aprende de los libros lo que sólo un contacto directo y profundo puede enseñar. Las raíces lingüísticas, las razones seminales, digamos, del sánscrito están vivas en la India y Oscar Pujol las fue a buscar a Benarés, una ciudad milenaria, sagrada, atemporal, donde vivió dieciséis años y de la que aprendió mucho más, entre su gente, de lo que los textos le pudiesen enseñar. Siguió así la tradición de los grandes estudiosos que no se contentan con el trabajo intelectual a miles de kilómetros del lugar donde germinaron y se escribieron los códices por los que se interesaban (pues es curioso: la mayoría de los traductores alemanes que dieron a conocer textos importantes de la tradición védica y budista, desde los hermanos Schlegel en adelante, nunca pisaron el suelo índico). Pujol ha sido el primer español en cursar estudios en una facultad sánscrita (en Benarés todas las facultades imparten clases en lengua inglesa, salvo ésta) y esto, sin duda, le ha procurado un conocimiento de la gramática sánscrita vedado generalmente a quienes la estudian desde fuera y en una tradición, la filológica, realmente muy joven en nuestras latitudes (recordemos que de fonética se hablaba ya en la India en el siglo V antes de Cristo, y que estos estudios se iniciaron en Occidente en el siglo XIX al entrar en contacto con el sánscrito). El diccionario de Pujol es fruto de doce años de trabajo y, además de renovar a sus predecesores incorporando el nuevo vocabulario que resulta de traducciones e investigaciones posteriores, se presenta como una propuesta intercultural al asumir e incluir -y es ésta una de las peculiaridades de la obra- los dos sistemas de etimologías, el de la filología occidental y la tradicional sánscrita, entre cuyos defensores hubo siempre una mutua hostilidad. Reunir ambas en un mismo diccionario responde al afán conciliador de su autor, profundamente convencido de que la comprensión mutua de los orígenes metódicos de estos estudios redundaría en beneficios para todos.

¿Por qué en catalán y no en castellano, se preguntarán los hispanoparlantes con un mohín de niño celoso? Y es que si hasta ahora, al igual que todos los hablantes de lenguas románicas, los hispanoparlantes (y no me refiero tan sólo a la Península sino también a Iberoamérica) que se dedicaron al estudio del sánscrito tuvieron que hacerlo por mediación de otras lenguas (generalmente del diccionario de Monier Williams), ahora pues, seguirán teniendo que hacerlo así, aunque esta vez con una lengua más próxima, la catalana (eso habremos ganado).

Podría justificarse, y así lo hace Pujol en su introducción, por el interés que demostraron ya, desde el XIX, los investigadores catalanes por los estudios sánscritos (recordemos, sin ir más lejos, a Joan Mascaró o a Raimundo Pánikkar). Sin embargo, han sido figuras aisladas que, además, han tenido que desarrollar su trabajo en el extranjero. Y ciertamente, hasta que no existan estudios oficiales de sánscrito en España, la diáspora seguirá existiendo.

Ha sido una suerte y probablemente un azar que la Universidad de las islas Baleares y la Consejería de Cultura de las mismas se interesaran por el proyecto de Pujol y lo financiaran. Lo único que podemos esperar, de ahora en adelante, es que pronto ese mismo azar se extienda hacia alguna institución de habla castellana y nos proporcione, a los castellanoparlantes, una joya del mismo calibre. Emplazadas están. Pues es tiempo de que dejemos de pensar en la India como surtidora de perfumes espirituales y empecemos a recibir con atención el inmenso patrimonio que puede ofrecernos de la mano de esos pocos que han empeñado su vida en descubrirlo.

Diccionari Sànscrit-Català. Oscar Pujol Riembau. Enciclopèdia Catalana. Barcelona, 2005. 1.328 páginas. 84,90 euros.

Barcas a lo largo del río Ganges a su paso por Benarés.DAVID GUTTENFELDER/AP

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