Reportaje:

El barrio chino aguarda su repoblación

La retirada de la marginalidad hace de Velluters una tierra de oportunidades de negocio en el centro de Valencia

El restaurante verde que está en la esquina de la plaza de las Escuelas Pías con la calle Carniceros era un prostíbulo. En la planta baja funcionaba un bar con todas las licencias. En el sótano estaban las habitaciones, y fuera, la jungla. Corrían los años ochenta y el barrio de Velluters, recibía con todo merecimiento el nombre de barrio chino: Los narcos y las redes de prostitución administraban oficiosamente sus calles, y muchos vecinos se lo pensaban dos veces antes de poner un pie fuera del portal al caer la tarde.

"Hoy de todo aquello no queda nada, pero la gente sigue teniendo la...

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El restaurante verde que está en la esquina de la plaza de las Escuelas Pías con la calle Carniceros era un prostíbulo. En la planta baja funcionaba un bar con todas las licencias. En el sótano estaban las habitaciones, y fuera, la jungla. Corrían los años ochenta y el barrio de Velluters, recibía con todo merecimiento el nombre de barrio chino: Los narcos y las redes de prostitución administraban oficiosamente sus calles, y muchos vecinos se lo pensaban dos veces antes de poner un pie fuera del portal al caer la tarde.

"Hoy de todo aquello no queda nada, pero la gente sigue teniendo la imagen del barrio de hace 20 años, cuando esto era el hampa. Territorio comanche pero de verdad" dice Laura Carbonell, la propietaria del Trencaperols, el restaurante verde. La afirmación es categórica. Velluters, situado a cinco minutos a pie del Ayuntamiento, sigue teniendo una calle dedicada íntegramente a la prostitución, y puede verse todavía algún toxicómano. Pero aquello ya no da ningún miedo. El chino ha quedado reducido a un recuerdo de lo que fue.

La retirada de la marginalidad ha puesto al descubierto una segunda característica del barrio: El aspecto fantasmal que le proporcionan los solares, las persianas bajadas. Y la ausencia de negocios. "Es un barrio que no tiene una tienda, un barrio que no tiene un restaurante. Que pasó de tener 37 puticlubs, a no tener nada", afirma Laura Carbonell.

Su local, que sirve uno de los mejores arroces del centro de Valencia, no es barato -el menú cuesta 12 euros, comer puede salir por el triple-; está prohibido fumar en su interior -aunque tiene terraza-; y encarna la transformación que ha experimentado el barrio en apenas dos años.

El Trencaperols va bien y al albergue internacional situado al otro lado de la plaza, justo enfrente de la iglesia neoclásica de las Escuelas Pías, no le va peor. Tiene 52 plazas y una tasa de ocupación media anual del 80%. Los clientes, entre ellos mucho joven mochilero, pagan entre 11 y 14 euros por una litera en una habitación limpia y austera como un monasterio, con el desayuno incluido en el precio.

El albergue ocupa un edificio rehabilitado del siglo XIX y a su espalda, en la calle Viana, resiste el último reducto del chino. Los huéspedes parecen tomarse el asunto como algo exótico. El 23 de octubre de 2005, Pilar y Víctor, turistas de Ciudad real, escribieron en el libro de visitas: "La verdad es que todo muy bien, sobre todo las vistas desde la ventana. Nos lo hemos pasado genial mirando".

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El hostal y el restaurante forman parte del puñado de pioneros que supieron ver que Velluters, con su trayectoria y todo, está "en el distrito postal 46001", esto es, en el corazón de Valencia. Y que es relativamente barato. Laura pactó hace dos años un alquiler de 500 euros. Un local parecido en el barrio de El Carme, unas pocas calles más al norte, "no baja de 1.500". Ella lo sabe porque tiene otro restaurante allí.

La reocupación del chino apenas ha empezado pero algunos indicios hacen pensar que podría ser brusca. Santiago Almiñana pertenece a la asociación vecinal El Palleter. Afirma: "Ha habido un cambio en el barrio, eso es cierto. Y eso demuestra que la explosión del negocio en Velluters está muy próxima".

La asociación, que sostiene que el Ayuntamiento ha "tolerado" el tráfico de drogas y la prostitución, fue convocada a una reunión por Rita Barberá hace pocas semanas. Era la primera vez que lo hacía desde que accedió a la alcaldía, en 1991. En la reunión se les trasladó a los vecinos el interés municipal, y de la federación hostelera por fomentar los negocios en el barrio. Velluters estaría exento, entre otras cosas, de cumplir la ordenanza municipal que impide abrir un restaurante a menos de 65 metros de otro que ya exista. La asociación no desprecia la idea, pero tampoco acaba de convencerle la concentración hostelera. Preferiría diversificar la oferta y consensuar antes de nada un diseño urbano global.

Hostelero o no, el futuro de Velluters, que debe su nombre a la prospera industria de la seda que albergó durante siglos, ya ha comenzado. Desde una azotea puede seguirse la actividad de las grúas. Y el jueves pasado, a ras de suelo, un tipo con aire grave ofrecía a quien quisiera oírle, en la calle Pie de la Cruz, el contacto para alquilar o comprar "15 bajos". Los de toda la manzana. Un nombre, sin apellidos, y un número de teléfono, en el que otro tipo confirmaba la oferta, y afirmaba hacerlo en representación de una compañía de seguros "de Madrid", llamada genéricamente "España, SA".

El chino desaparece a toda velocidad, y la imagen de lo que queda de él, la de una calle corta atestada a ciertas horas de prostitutas, proxenetas y clientes, cuya media de edad no es inferior a los 70 años, resulta extemporánea. Y parecería también de otra época el bar Coral, justo enfrente, donde la gerente es una anciana y la parroquia, a la dos del mediodía, la integra un señor mayor, que juega a la tragaperras, y un proxeneta, que sigue distraído las noticias de Canal 9. Parecería de otra época si la tristeza de la mujer latinoamericana que entra, bebe un trago de ginebra que no ha necesitado pedir y luego otro, antes de volver a trabajar, no fuera tan real.

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