Tribuna:

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El otro día salió un suelto en el periódico, tan apenas cuatro líneas, en el que se nos informaba de que Iberia va a suprimir desde el 26 de marzo el vuelo Valencia-Londres. Sin embargo -nos tranquilizaba el redactor- ello no afectará gravemente a nuestra conexión con el mundo globalizado, pues British Airways seguirá volando diariamente a Gatwick y Easy Jet, a Stansted. Tranquilos pues: el poder valenciano no sólo se ejerce en Madrid; también en Europa. ¿Tranquilos? Muchos valencianos sólo van a Londres como turistas, pero muchos otros van (vamos) en viaje de trabajo. Y aquí está el problema:...

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El otro día salió un suelto en el periódico, tan apenas cuatro líneas, en el que se nos informaba de que Iberia va a suprimir desde el 26 de marzo el vuelo Valencia-Londres. Sin embargo -nos tranquilizaba el redactor- ello no afectará gravemente a nuestra conexión con el mundo globalizado, pues British Airways seguirá volando diariamente a Gatwick y Easy Jet, a Stansted. Tranquilos pues: el poder valenciano no sólo se ejerce en Madrid; también en Europa. ¿Tranquilos? Muchos valencianos sólo van a Londres como turistas, pero muchos otros van (vamos) en viaje de trabajo. Y aquí está el problema: las mejores conexiones internacionales de Londres se dan en el aeropuerto de Heathrow, al que llegaba el vuelo de Iberia, no en los otros dos. Tampoco tienen estos aeropuertos una conexión rápida con suburbano al centro de la ciudad. Eso significa que si hay que hacer una gestión en un día de mucho tráfico en Londres desde Valencia, será más difícil, y si queremos volar a Sidney, a Tokio o a Ciudad del Cabo, también.

Ah, pero para todo hay solución en esta vida: Iberia sale cada hora para Madrid y desde ahí podemos volar a casi cualquier lugar del mundo, por no decir del universo. Menos mal: de Madrid al cielo, como se suele decir.

¿Están seguros? ¿Ya probaron el chollo de la nueva terminal de Barajas a la que llegarán, la T4? La semana pasada, entre lamentos de pasajeros que habían perdido su vuelo y añoranzas por la maleta esfumada, tuve el privilegio de asistir en primera línea al espectáculo de todo el pasaje de un avión atrapado en uno de los pasillos de desembarco porque la puerta que da acceso al aeropuerto se negaba a abrirse, mientras la pobre azafata clamaba por el interfono, cuando ya llevábamos media hora: "¿Es que nadie piensa hacer nada?". Dicen que tengamos paciencia, que todas estas deficiencias se arreglarán. Es posible. Lo que no se arreglará, porque no tiene arreglo, es que el gigantismo faraónico de la nueva terminal impone enlaces de hasta media hora -no lo digo yo, lo dicen los paneles electrónicos-, entre el avión de llegada y el de salida para todos los ciudadanos que no vivimos en Madrid. Si tiene mala suerte con el número de las puertas respectivas, un viajero procedente de Valencia (¿Valencia?: eso cae por provincias, ¿no?) puede tener que recorrer a pie un hangar de casi un kilómetro, tomar un tren y recorrer otro hangar de otro kilómetro. O sea que si uno no es lo bastante fuerte y atlético, si se trata de un anciano, de una madre con niños o de un mutilado, no quiero ni pensar lo que les costará llegar a la puerta de embarque. La primera consecuencia la sufrí en mis carnes el otro día: para enlazar con un vuelo que salía de Barajas a las 12 de la mañana, me obligaron a tomar en Valencia el vuelo de las 8,50, o sea que, contando con la famosa hora de antes y con el tráfico hasta Manises, me levanté a las 6,30. A eso le llamo yo modernidad y europeísmo.

Llueve sobre mojado: tampoco tenemos AVE a Madrid ni a Barcelona ni esperanzas de tenerlos en fecha breve; tampoco se puede ir a Zaragoza y a Bilbao por autopista (¿se imaginan tres ciudades de casi un millón de habitantes que no estuviesen unidas por autovía en Alemania, en Francia o en el Reino Unido?). No me interpreten mal, no es victimismo valenciano: los gallegos siguen con un servicio ferroviario que da risa, los catalanes tienen que rascarse el bolsillo para viajar por autovía vayan a donde vayan, los gaditanos disponen de un solo puente para entrar en su ciudad desde cualquier otro punto de la bahía y suelen tardar un par de horas cada día. Luego hablan de que España se rompe por culpa de los nuevos estatutos de autonomía. Pero hombre, ¿qué autonomías son éstas? Se ve que, como en el chiste, predicar no es dar trigo y que sale más rentable jugar con los nombres que con la pela. Algunos me dirán que estoy confundiendo churras con merinas y que la política que hace demasiados años (¿desde el siglo XVIII?) se viene haciendo en Madrid no tiene la culpa de las decisiones de una compañía privada. Lo que pasa es que no era privada, la capitalizamos todos con nuestros impuestos y luego la privatizaron: así también sé hacer negocios yo. Antes o después, ya ni me acuerdo, Iberia se había zampado a Air Nostrum, una admirable compañía de bandera valenciana que nos conectaba con casi todos los aeropuertos españoles (sí, podíamos ir sin escalas a Jerez o a Granada: ahora nos costará, entre pitos y flautas, unas cinco horas, casi como en coche). Curioso país este que, por un lado, parece el imperio austro-húngaro, aquella jaula de grillos en la que se cocían a fuego lento ingredientes incompatibles, y, por otro, es más centralista que Francia o Argentina, que ya es decir. Bueno, vamos a dejarlo. Otro día les pensaba hablar de nuestro Estatuto de autonomía, recién aprobado. Aunque, bien mirado, ¿para qué?: es tanto como hablar del sexo de los ángeles.

Ángel López García-Molins es catedrático de Teoría de los Lenguajes de la Universitat de València. (lopez@uv.es)

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