Columna

Coalición

La sacudida de última hora que Joan Ignasi Pla administró a la negociación del Estatut d'Autonomia ha defraudado muchas expectativas. El magro resultado arrancado al PP a las puertas de la comisión del Congreso de los Diputados, consistente en retirar del texto la limitación del 5% de los votos para obtener representación parlamentaria y trasladar tal exigencia a la ley electoral, obligó al secretario general del PSPV a escenificar una amenaza de alto voltaje. Una amenaza que había de ser contundente para tener efectos sobre la cerrada negativa de los populares ("no se toca ni una coma", advir...

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La sacudida de última hora que Joan Ignasi Pla administró a la negociación del Estatut d'Autonomia ha defraudado muchas expectativas. El magro resultado arrancado al PP a las puertas de la comisión del Congreso de los Diputados, consistente en retirar del texto la limitación del 5% de los votos para obtener representación parlamentaria y trasladar tal exigencia a la ley electoral, obligó al secretario general del PSPV a escenificar una amenaza de alto voltaje. Una amenaza que había de ser contundente para tener efectos sobre la cerrada negativa de los populares ("no se toca ni una coma", advirtió Francisco Camps con una impostada solemnidad). El problema, y ahí radica lo más grave del error de cálculo de Pla, es que, en el esfuerzo de aparecer verosímil, convenció también a los hipotéticos beneficiarios del intento, los partidos minoritarios, de que los socialistas estaban realmente dispuestos a imponer una aritmética en Madrid contraria a la voluntad mayoritaria de las Cortes Valencianas, lo que habría dinamitado cualquier legitimidad autonomista de la maniobra y, de paso, la legitimidad de un Estatut que se sitúa en el centro de la reforma del Estado impulsada por el presidente Rodríguez Zapatero. Un Estatut que sólo puede ser calificado de "vergüenza" o adjudicado a "la España negra" desde el tremendismo despechado de unas minorías que sienten vértigo ante el panorama de su marginación extraparlamentaria. Si las airadas reacciones contra Pla, tras el aparatoso episodio, resultan comprensibles, lo son mucho más desde el punto de vista de la psicología que de la política. Como esos estudiantes que dejan sus tareas escolares para el último momento a la espera de una excusa que les exima del trance, Esquerra Unida y el Bloc Nacionalista Valencià se aferraron al clavo ardiendo que les ofreció el dirigente socialista y creyeron que de verdad les ahorraría el embarazoso ejercicio de ponerse a negociar una coalición. Glòria Marcos y Enric Morera tienen toda la razón para quejarse amargamente del enredo de Pla (y del inmovilismo de Camps y los suyos, que son, al fin y al cabo, quienes han impedido que el acceso al Parlamento valenciano se democratice). Acto seguido, no tienen más remedio que sentarse de una vez a hacer los deberes.

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