Cartas al director

Educadores valientes

Unos padres preguntan a la profesora por su hijo. Ella les contesta que ya no viene al centro. La madre responde que eso ya lo sabe, porque se queda en casa y dice que no va porque no quiere. Y añade: "Pero sin el graduado no puede ir a ningún sitio". Ante este diálogo, uno puede pensar que tanto la profesora como la madre están perdiendo el tiempo en un asunto por el que ese chico no se molesta ni un segundo. Ellas se preocupan por la educación de un chico, por la que él ni se ocupa. Ambas educadoras, empeñadas en salvar a quien no quiere ser salvado y se le consiente. ¿Tiempo perdido? ¿Servi...

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Unos padres preguntan a la profesora por su hijo. Ella les contesta que ya no viene al centro. La madre responde que eso ya lo sabe, porque se queda en casa y dice que no va porque no quiere. Y añade: "Pero sin el graduado no puede ir a ningún sitio". Ante este diálogo, uno puede pensar que tanto la profesora como la madre están perdiendo el tiempo en un asunto por el que ese chico no se molesta ni un segundo. Ellas se preocupan por la educación de un chico, por la que él ni se ocupa. Ambas educadoras, empeñadas en salvar a quien no quiere ser salvado y se le consiente. ¿Tiempo perdido? ¿Servirá para algo? Pregunta que se repiten los profesores apoyados en la pizarra con las gargantas cansadas o las madres tras perseguir a sus hijos para que hagan los deberes. Educadores que empujan y en ocasiones arrastran. Una generación de educadores que saben que los niños y las niñas tienen de todo y dudan porque, tal vez, eso no es todo lo bueno que parece o sienten que, quizás, se les sobreprotege demasiado.

Los chicos de hoy probablemente sólo se diferencien de los que lo fuimos antes en que lo pueden tener todo y a la vez, si quieren, pasar de todo. Que no es poca diferencia. Antes se miraba mal a las mujeres que no le compraban la chuchería al niño en la caja del supermercado, ahora se las considera valientes. Es hora de tener más confianza en nuestras propias capacidades, hora de creer que además de quererlos se les pueden poner normas y límites, hora de ver que no es bueno que ya se salgan con la suya a los cuatro años. Es tiempo de sentir que somos buenos educadores acompañándolos con mano suave y firme. Ellos nos lo agradecerán. Cuando pase el tiempo, claro..

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