Análisis:

King Kong en la Tate Modern

AL PARECER, los primates prefieren la niebla y la jungla de asfalto de Londres. Cientos de chimpancés han cruzado el Támesis en busca del rey gorila, al principio desorientados por las falsas señales de neón de los cines de Leicester Square. Porque el plató donde debían venerar a la bestia gigante no estaba confinado a una superproducción Hollywood style, más bien tiene que ver con otro escenario, mucho más profético, igualmente destinado a las masas y con el preámbulo que les hará llegar al sendero de la canonización, en la exuberante Tate Modern.

Estos días, los estantes de la ...

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AL PARECER, los primates prefieren la niebla y la jungla de asfalto de Londres. Cientos de chimpancés han cruzado el Támesis en busca del rey gorila, al principio desorientados por las falsas señales de neón de los cines de Leicester Square. Porque el plató donde debían venerar a la bestia gigante no estaba confinado a una superproducción Hollywood style, más bien tiene que ver con otro escenario, mucho más profético, igualmente destinado a las masas y con el preámbulo que les hará llegar al sendero de la canonización, en la exuberante Tate Modern.

Estos días, los estantes de la tienda del museo lucen atiborrados de peluches y otros bibelots con la imagen graciosa de estos animales, además de otras fieras, leonas, tigres, serpientes y antílopes. Un auténtico safari. Pero ¿dónde está Kong? El famoso gorila tiene forma humana, es un pintor al que apodan El Aduanero: Henri Rousseau. Y aunque no lo crean, hay algo en su obra que la hace extrañamente parecida a la de su predecesora en estas salas, Frida Kahlo. Con la programación de estas dos exposiciones, la dirección de la Tate ha sabido trazar el círculo perfecto entre el deseo voraz de las grandes corporaciones museísticas y el apetito de espectáculo del turista que las visita. Una habría querido que estos simpáticos peluches se hubieran encaramado, como por sorpresa, a alguna de las montañas hechas con centenares de cajas blancas que Rachel Whiteread ha ideado para la sala de Turbinas, aunque sólo fuera para despertarnos de un narcotizante montaje millonario. Pero estábamos con Rousseau.

La historia del arte está llena de imposturas. Sabemos que Canaletto pintaba sus vedutte con un precario método photoshop y que Duchamp no fue el primero en garabatear una obra de Leonardo (en vida del de Vinci, un pintor dibujó un pene en erección sobre el Hombre Vitrubiano). Parece que Rousseau, que había visto viajar a tanta gente desde su puesto de agente de aduanas en París, nunca salió de Francia, así que la inspiración para pintar la fauna que asoma en sus junglas de papel le vino de sus frecuentes visitas a los jardines botánicos, zoológicos y de la literatura de viajes tan popular a finales del XIX. Ésta es la tesis de la exposición de la Tate Modern, profusamente ilustrada con objetos, fotografías y documentos de la época que recogen la bestial taxidermia de los museos de historia natural franceses que tanto impactaron al sedentario pintor, como la escultura de un gorila que arrastra bajo su brazo a una mujer desnuda, una imagen de fantasía casi pornográfica, creada por Emmanuel Frémiet en 1884; o la del león hambriento que olisquea un cuerpo, de Alfred Jacquemart (1885) trasunto de uno de los cuadros más conocidos del artista, La gitana dormida (1897). Otra sorpresa que nos depara la visita a la Tate es ver cómo Rousseau imaginó a "copito de nieve" avant la lettre, en la tela Exotic Landscape (1910), una jungla que inspira el terror y la belleza de los cuentos de hadas pero que en realidad esconde los miedos y deseos adultos. En este proceso de infantilización es donde nos sitúa el museo hoy. Así que nada de leña. Ponga un mono en su vida.

Henri Rousseau. Jungles in Paris. Tate Modern. Millbank. London. Hasta el 5 de febrero.

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