Tribuna:

Los fantasmas de la democracia

Durante los últimos meses del año que acaba de terminar, los principales periódicos alemanes e italianos se enzarzaron en una polémica cultural o, por lo menos, de apariencia cultural. Por extraño que parezca. Todo empezó cuando el Süddeutsche Zeitung publicó, el 10 de noviembre, un artículo titulado 'Antiguos prejuicios y nueva ignorancia' en el que revelaba que la editorial Beck Verlag, de Múnich, se negaba a publicar un libro que había contratado hacía más de un año. El libro en cuestión, La democrazia. Storia di un'ideologia, escrito por Luciano Canfora, catedrático de...

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Durante los últimos meses del año que acaba de terminar, los principales periódicos alemanes e italianos se enzarzaron en una polémica cultural o, por lo menos, de apariencia cultural. Por extraño que parezca. Todo empezó cuando el Süddeutsche Zeitung publicó, el 10 de noviembre, un artículo titulado 'Antiguos prejuicios y nueva ignorancia' en el que revelaba que la editorial Beck Verlag, de Múnich, se negaba a publicar un libro que había contratado hacía más de un año. El libro en cuestión, La democrazia. Storia di un'ideologia, escrito por Luciano Canfora, catedrático de Filología Clásica en la Universidad de Bari y autor de un excelente Julio César (que sí había publicado Beck), es un ensayo sobre la "idea-fuerza" de democracia -entendida como el poder del pueblo- y su metabolización a lo largo de la historia, desde el populismo de Clístenes hasta la non nata Constitución europea. El libro del profesor Canfora se había publicado originalmente en italiano, y poco después, en español, en medio de la abulia con que se acogen por aquí los libros que requieren de alguna fatiga. Luego se publicó en francés y, hace unos días, también en inglés.

Tras la primicia del Süddeutsche Zeitung, el Corriere della Sera publicó, el 15 de noviembre, un artículo titulado 'La democracia de Canfora prohibida a los alemanes', en el que devolvía a éstos la etiqueta de provincianos que tantas veces habían pegado en la frente de los italianos. A partir de ahí, la polémica se fue ahormando, casi cotidianamente, en las prensas de los dos diarios y se contagió, por un lado, al Frankfurter Allgemeine Zeitung, Die Welt, Frankfurter Rundschau, Der Tagesspiel y otros periódicos alemanes, y, por otro, a La Stampa, L'Unità, Il Secolo d'Italia, La Gazzetta del Mezzogiorno y otros papeles italianos. Finalmente, se sumó al cotarro el diario suizo Neue Zürcher Zeitung, y hasta el nada cultural The Wall Street Journal, de Nueva York, echó su cuarto a espadas. El autor del libro y su editor alemán realizaron declaraciones y se prestaron a entrevistas, uno para defender su derecho a escribir lo que piensa y denunciar la censura cultural (y política) de que es objeto; otro para tratar de explicar por qué se niega a publicar ahora un libro cuyo contenido conocía perfectamente desde el día en que lo contrató.

Tras el rifirrafe aireado por la prensa europea, lo que hay no es el fuero, sino el huevo, o, en este caso, dos huevos. La sustancia de uno está en lo que no dice el autor sobre la Unión Soviética de Stalin; la del otro, en lo que dice sobre la Alemania de Adenauer. Los editores de Múnich reprochan al profesor Canfora, sobre todo, que no mencione en su libro ni los crímenes de guerra de los rusos (las fosas de Katyn) ni el Gulag de Stalin, y que elogie la Constitución soviética de 1936. Pero también se duelen de que describa el régimen de Adenauer como paraguas de ex nazis y ultracatólicos y ponen el grito en el Walhalla porque, para explicar la Realpolitik antisoviética de los Estados Unidos, el autor mete en el mismo saco a la Alemania de Adenauer y a la España de Franco. Bueno está lo bueno. De modo que los bávaros dicen que el libro de Canfora es "antioccidental, procomunista y, sobre todo, proestalinista", y echan mano de un experto -el historiador posmodernista Hans Ulrich Weller- para que pronuncie la fórmula del exorcismo: "El libro de Canfora es un panfleto comunista como no había visto desde hacía años".

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El profesor Canfora se defiende afirmando que en un ensayo sobre la ideología de la democracia a lo largo de los siglos no cabe detenerse en aspectos historiográficos como los crímenes de guerra y los campos de concentración (no lo hace con los de los alemanes ni con los de los Aliados) y que él no tiene la culpa de que la Constitución soviética sea una de las mejores cartas magnas de todos los tiempos, en la que, por ejemplo, se recoge por primera vez el derecho a la asistencia material en la vejez o en la enfermedad, así como el derecho de todos a la enseñanza gratuita, incluida la superior. Respecto a la segunda cuestión -la de la República Federal de Alemania-, Canfora niega haberse referido en su libro a Adenauer como filonazi, pero insiste en la presencia de ex nazis en los centros de poder del Gobierno de Bonn con el nihil obstat de los Estados Unidos, tan cariñosos con ellos como con los franquistas: Hans Christoph Seebohm, un nazi terne y revanchista a quien Adenauer hizo ministro para que le trajera votos de la extrema derecha; Hans Globke, el ultracatólico que participó en la redacción de las leyes raciales de Núremberg y que fue siempre el Carrero Blanco del canciller, o Reinhard Gehlen, el general de las SS a quien se confió justamente el espionaje de la RFA y a quien luego se facilitó un upgrade para la CIA. En resumen, el profesor Canfora tiene la mosca política detrás de la oreja cultural y no deja de barruntar que tras el tardío veto de su editor a La democracia debe de haber algún roto para el descosido que éste denuncia en la blanca clámide de Clío.

Desde luego, lo que sí hay es una reacción "moral" por parte de los intelectuales que asesoran y dirigen la editorial Beck. Desde el reconocimiento de los crímenes de la Alemania nazi, que es una excusatio non petita, reclaman, acuciosos, que se establezca de inmediato una estúpida simetría: la de la sartén y el cazo. No pueden aceptar que se elogie el contenido de la Constitución soviética -la teoría- y no se condenen explícitamente, y a poder ser con muchos adjetivos, los crímenes de Stalin -la práctica-, aunque sea aprovechando que el Volga pasa por Nizhni Novgorod. Su desazón es cosa vieja: Dionisio de Halicarnaso escribió una diatriba contra Tucídides porque éste no describía con bastante akribeia la maldad de los atenienses durante la guerra del Peloponeso. Y es que hay quien, en una suerte de perversa Schadenfreude, ve en la proclamación inmisericorde de la maldad del otro el conxuro que disipará el meigallo propio. Los diablos y Belcebú. Sobre todo cuando los muertos que se quieren poner sobre la mesa no son, como los de los nazis, consecuencia buscada de ideas y planes inhumanos -hoy sabemos ya que no sólo de Hitler y un puñado de "locos"-, sino que proceden justamente de quienes han pretendido mejorar el destino de los hombres, de la ingenuidad de tantos bobos solemnes que, a lo largo de la historia, han anunciado espejismos de igualdad donde no había más que desiertos llenos de alacranes: los comunistas en Rusia, los republicanos en España. "Gente muy mala, hijo mío, gente muy mala", como le dijo Sainz Rodríguez a Eduardo Haro Tecglen.

También hay en el sapristi! editorial germano el súbito escozor de un forúnculo. Canfora ha pinchado el nódulo profundo y doloroso y ha drenado un exudado purulento: el de los que cambiaron la camisa parda de Núremberg por el terno azul oscuro de Bonn. Los editores de Beck no desmienten las acusaciones de Canfora, pero hacen serios distingos entre el Ich hatte ein Kamerad y el Cara al sol en una especie de Selbstverneinung freudiano que desvía la atención sobre el pedigrí de los padres -y padrinos- de la actual patria alemana y la lleva al moro muerto del franquismo: apártate, que me tiznas. A ese modo de concebir la democracia Canfora lo llama ideología. Y seguramente debe de ser muy difícil sajar el grano del culo de la democracia realmente existente, pero peor es ocultarlo, porque, más pronto o más tarde, se inflama y duele, como les ha sucedido a estos jóvenes bávaros de hoy. A lo mejor es que a su generación no se le dijo toda la verdad sobre la transición. O que las mangas y capirotes que tuvo que hacer Konrad Adenauer parecen ahora, a los alemanes de Angela Merkel, ropajes de fantasmas. ¿Serán los fantasmas de la democracia?

Gonzalo Pontón es editor.

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