ECONOMÍA

Reformas

LA ECONOMÍA ESPAÑOLA ha cerrado un año más con un balance muy favorable en términos de crecimiento de la producción y del empleo. Aunque por debajo de los promedios mundiales, ambos registros han vuelto a superar los correspondientes europeos. Particularmente significativo es que la tasa de paro se haya situado por primera vez en muchos años por debajo de la media europea.

El principal indicador económico, el PIB por habitante, habrá alcanzado en 2005 el 90% de la media de los quince y del 98% de la correspondiente a los veinticinco países miembros que hoy tiene la Unión Europea. Esa co...

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LA ECONOMÍA ESPAÑOLA ha cerrado un año más con un balance muy favorable en términos de crecimiento de la producción y del empleo. Aunque por debajo de los promedios mundiales, ambos registros han vuelto a superar los correspondientes europeos. Particularmente significativo es que la tasa de paro se haya situado por primera vez en muchos años por debajo de la media europea.

El principal indicador económico, el PIB por habitante, habrá alcanzado en 2005 el 90% de la media de los quince y del 98% de la correspondiente a los veinticinco países miembros que hoy tiene la Unión Europea. Esa convergencia real habría sido mayor si en la determinación del crecimiento de la producción de bienes y servicios hubiera dispuesto de un mayor protagonismo la productividad, la del factor trabajo y la del conjunto de los factores. A largo plazo, sin aumentos sostenidos en esos indicadores de eficiencia, no es posible que lo haga la renta por habitante, la prosperidad en definitiva. Y la española sigue destacando por ser una de las grandes economías donde menor es la expansión de ese componente esencial del crecimiento económico. La principal razón de ese pobre comportamiento sigue siendo una muy baja relación entre las distintas formas de capital (físico, pero muy especialmente tecnológico y humano) y el empleo.

La convergencia real habría sido mayor si en la determinación del crecimiento de la producción de bienes y servicios hubiera dispuesto de más protagonismo la productividad, la del factor trabajo y la del conjunto de los factores

La española es una economía grande (se encuentra, efectivamente, entre las ocho o nueve con mayor PIB del mundo), pero no es una economía muy avanzada: su posición cae muy abajo cuando la clasificación se hace por ese indicador de prosperidad, o cuando la medida se refiere al crecimiento de la competitividad, al grado de alfabetización digital, a la existencia de infraestructuras tecnológicas, a la facilidad para crear empresas y, en general, a la intensidad de conocimiento de la economía.

Contrariamente a lo que algunos colegas sugieren, a la economía española no le sobra demanda: le falta la calidad de la oferta propia de una economía moderna y con la población educada para las actuales exigencias competitivas. Esas carencias son en gran medida consecuentes con un patrón de especialización impropio de las economías más avanzadas que, a su vez, explican en gran medida los problemas de competitividad, sus manifestaciones más explícitas, a través de una elevada tasa de inflación, un déficit muy elevado de la balanza por cuenta corriente y un declinante atractivo para la localización de inversiones extranjeras directas en los sectores generadores de mayor valor añadido, que son los más intensivos en conocimiento.

Un diagnóstico tal es, en gran medida, el que subyace en el Programa Nacional de Reformas, definido hace unos meses por el Gobierno con el fin de alcanzar la completa convergencia real con el promedio de la UE en 2010. Aspirar a eso es equivalente a tratar de conseguir que la productividad española abandone ese grupo, en el que lleva más de diez años inmersa, de las más retrasadas de la OCDE y contribuya más activamente al crecimiento. En los siete ejes de ese programa están contenidas todas las reformas posibles que sobre una economía como la española deben hacerse, pero parece llegado el momento de priorizarlas. Lo razonable es que existiera, a este respecto, una cierta correspondencia entre la gravedad de las limitaciones identificadas y la urgencia de la activación de algunos de esos siete ejes. Así, por ejemplo, es discutible anteponer reducciones adicionales de impuestos (que no la muy necesaria simplificación de los mismos) al fortalecimiento de la muy precaria base de capital, público y privado, de nuestra economía, a la acumulación de conocimiento o a la urgente eliminación de los obstáculos que siguen limitando la creación de empresas.

De la correcta definición de esas prioridades de reforma dependerá en gran medida la mayor diversificación del patrón de crecimiento, su menor vulnerabilidad y la satisfacción de esas razonables expectativas hoy existentes de continuidad, al menos un año más, de un muy aceptable ritmo de crecimiento.

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