OPINIÓN DEL LECTOR

Taladradora y sistema

Una mañana, mientras cruzaba a pie el paseo de las Delicias, intentando entrar en mi calle por el estrecho paso que dejan libre las obras del metro, ignorando hasta donde me era posible el rugido de la taladradora mezclado con las bocinas del atasco, recordé aquel famoso debate en el Parlamento catalán, en el que Pasqual Maragall mencionó a Artur Mas el 3%. Para entendernos, la comisión irregular del 3% que, posiblemente, los responsables del Gobierno catalán cobraban por cada obra pública que adjudicaban allí a las empresas licitadoras.

Recordé también de la autocensura que, a los poco...

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Una mañana, mientras cruzaba a pie el paseo de las Delicias, intentando entrar en mi calle por el estrecho paso que dejan libre las obras del metro, ignorando hasta donde me era posible el rugido de la taladradora mezclado con las bocinas del atasco, recordé aquel famoso debate en el Parlamento catalán, en el que Pasqual Maragall mencionó a Artur Mas el 3%. Para entendernos, la comisión irregular del 3% que, posiblemente, los responsables del Gobierno catalán cobraban por cada obra pública que adjudicaban allí a las empresas licitadoras.

Recordé también de la autocensura que, a los pocos días, se infligieron los medios de comunicación en todo lo referente a este tema. Y de la absoluta ausencia de curiosidad que sintieron al respecto los órganos judiciales competentes.

Después, pensé en la epidemia de zanjas que, como pústulas de varicela, afecta al cuerpo de casi todas las ciudades españolas desde hace tanto tiempo. Epidemia que, curiosamente, se reaviva cada vez que un nuevo equipo de gobierno municipal o autonómico llega al poder.

Enfermedad que, en este Madrid de Ruiz-Gallardón que nos ha tocado vivir, ha tomado tintes de pandemia que amenaza con destruir la salud mental de no pocos ciudadanos.

Cuando el asfalto de una misma calle o avenida es levantado dos veces en tres años, cuando se ejecutan 40 o 60 obras a la vez en una ciudad -algunas de ellas mastodónticas- afectando a sus arterias principales de comunicación y colapsando su funcionamiento, al ciudadano de a pie sólo se le presentan tres vías para explicarlo, a mi entender.

O los responsables políticos y los técnicos urbanísticos son peligrosamente megalómanos, o bien hacen gala de una preocupante incompetencia y falta de planificación, o la corrupción se ha adueñado de nuestro sistema hasta unos límites que nos cuesta imaginar. Sin descartar una mezcla de los tres motivos.

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