Columna

El acto

La jornada laboral, en la cultura mediterránea, se prolonga más que en el norte de Europa. Quizás por eso en el sur del continente obramos con una laxitud horaria que raya en la negligencia, como si, sabiéndonos condenados a que el trabajo ocupe todo el día, pasáramos buena parte vengativamente distraídos, calculadamente ineficaces, desidiosos, abstraídos, ausentes. Pero a la aburrida e ineficaz jornada de los países latinos se le añade un estrambote que la hunde en las entrañas de la tarde y la proyecta definitivamente hacia la noche. Me refiero a la frecuente e ineludible obligación de acudi...

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La jornada laboral, en la cultura mediterránea, se prolonga más que en el norte de Europa. Quizás por eso en el sur del continente obramos con una laxitud horaria que raya en la negligencia, como si, sabiéndonos condenados a que el trabajo ocupe todo el día, pasáramos buena parte vengativamente distraídos, calculadamente ineficaces, desidiosos, abstraídos, ausentes. Pero a la aburrida e ineficaz jornada de los países latinos se le añade un estrambote que la hunde en las entrañas de la tarde y la proyecta definitivamente hacia la noche. Me refiero a la frecuente e ineludible obligación de acudir a un acto.

Acudir a un acto no significa copular biológicamente, ni conocer bíblicamente, ni siquiera, a la manera medieval, facer ayuntamiento; no, no guarda relación con esos eufemismos. Acto alude a esos compromisos sociales que hipotecan la conclusión de la jornada en la agenda llena de ínfulas de cualquier profesional. Actos son todas esas representaciones que organizan ayuntamientos, organismos autónomos, sociedades públicas, diputaciones, grupos de comunicación, empresas eléctricas, compañías de seguros, bancos y bancas, cojos y cajas, organizaciones no gubernamentales, y asociaciones de belenistas, de guionistas de cortometrajes o de coleccionistas de discos de vinilo y que configuran una abigarrada y vespertina sucesión de encuentros, conferencias, cócteles, recitales, presentaciones y exposiciones. En general, el profesional será más importante en tanto en cuanto a más actos deba acudir. La certeza de que uno, por la tarde, tiene un acto (según va adelantando a todo el mundo desde primera hora de la mañana) le inviste de una proyección pública que denota al mismo tiempo su relevante posición en la ciudad, en la provincia, e incluso en el paisito. Lo cual demora el momento de su retorno a casa, bajo el imperativo moral de aplaudir a unos tipos de los que no sabe nada, tomar canapés entre empujones o reír las gracias sin gracia que profiere un tipo muy gracioso.

Uno viviría muy bien sin actos, pero la sociedad nos aprisiona en una tupida malla de relaciones, de modo que cualquier movimiento de fuga sólo sirve para enredarnos más en ella. ¿Es posible no acudir a los actos? ¿Es posible concluir una jornada sin apurar ese postrero y amargo trago? Pues no; es imposible. Porque tener un acto que demora el final del día no es fruto del interés de los demás sino del interés de uno mismo, ya que necesitas de ellos para dar brillo a tus propios actos. Así, los políticos acuden a los actos de sus colegas en la esperanza de que éstos acudan también a los suyos; los pintores asoman en la inauguración de otras exposiciones porque presienten que la suya se avecina; o el escritor hace de acudir a las presentaciones de libros un oficio, un oficio del que espera correspondencia cuando él presente el suyo, ocasión en que formarán, cuadrados con disciplina y relativa admiración, todos los colegas a cuyas presentaciones ha acudido durante los dos últimos años.

Habría un modo sencillo de desistir de tanto acto y tanto compromiso: la mera demolición de la especie humana; y, aunque esto no va a ocurrir mañana, al menos se produce un fenómeno sustitutivo gracias al cual el deber de acudir a tantos actos deviene transitorio. Las generaciones nacen, organizan sus actos y mueren. (O, dicho de otra manera: la materia ni se crea ni se destruye: sólo organiza actos). La gigantesca labor de sustitución generacional supone un largo y moroso goteo que cuenta, para colmo, con su propio ritual de actos: funerales, entierros, visitas a la capilla ardiente o al tanatorio. Realmente, cuando no tenemos que acudir a la presentación de un libro, a la exposición de unas pinturas, a la clausura de unas jornadas, a la entrega de unos premios o al acto de homenaje a un individuo, es porque lo que nos espera al final de la jornada son unas exequias, el funeral de alguien. En fin, que a pesar de lo enojoso que resulta, ojalá tengamos por delante muchos actos a los que ir. Por nuestro propio pie. Siempre habrá un acto final al que acudiremos con los pies por delante.

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