Columna

Calma

Si llega un terremoto, avisan por doquier en México unos carteles con el título "En caso de sismo", lo primero que debe hacerse es "mantener la calma", y después todo lo demás. Exactamente lo mismo indican las instrucciones "En caso de incendio". Ante todo, mantener la calma, que cabe suponer difícil si el terremoto o el incendio vienen cargados.

Esto de la calma se ha puesto aquí de moda. Está todo convulso, los políticos al borde del ataque de nervios por motivos que se me escapan, los grandes comunicadores atizando las discordias, y eso por no citar al Athletic, del que mejor ni habl...

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Si llega un terremoto, avisan por doquier en México unos carteles con el título "En caso de sismo", lo primero que debe hacerse es "mantener la calma", y después todo lo demás. Exactamente lo mismo indican las instrucciones "En caso de incendio". Ante todo, mantener la calma, que cabe suponer difícil si el terremoto o el incendio vienen cargados.

Esto de la calma se ha puesto aquí de moda. Está todo convulso, los políticos al borde del ataque de nervios por motivos que se me escapan, los grandes comunicadores atizando las discordias, y eso por no citar al Athletic, del que mejor ni hablar. Pues bien: raro es el día en que alguien no nos pide calma, sea por el asunto del Estatut, por la valla de Ceuta y Melilla, por la escasez de agua que provoca la sequía, por las inundaciones cuando llegan, por los apuros futbolísticos... La calma se ha convertido en el ansia nacional, si bien no faltan quienes agitan para ver si la gota se convierte en tempestad, aunque sea en vaso de agua.

Este alarmismo y la insistencia en que estamos tranquilos resulta lo más siniestro de esta historia

Pero la palma en los llamamientos a la calma se la lleva la gripe aviar. Llevamos ya unas semanas sometidos a continuos cursillos monográficos sobre el asunto, todos los días con informaciones y recomendaciones. Hubo un tiempo en el que no sabíamos nada sobre la dichosa gripe, el común permanecía inocente y desconocedor de la existencia de pandemias, apenas sospechábamos que una gripe pudiese matar a mansalva (la del 17 queda lejos), y ahora todos somos especialistas. Se ha impuesto una estructura básica en la construcción de las noticias sobre la gripe aviar, en las declaraciones políticas y en las de los responsables sanitarios. Primero nos cuentan las novedades sobre el avance del dichoso virus a través de pollos, loros y aves migratorias, e insisten que se va acercando: los mapas, con flechas que nos apuntan directamente así parecen indicarlo. Después nos explican cómo actuará el virus y a veces cuentan que quizás se llevará por delante cientos de miles, quizás millones; nos pintan un panorama de cuidado. Por fin, termina la noticia o la declaración política o sanitaria con una advertencia que suena a reconvención: que tranquilidad, que no nos pongamos nerviosos, que tenemos que mantener la calma, pues está todo controlado. Ni siquiera las informaciones de que no hay vacunas apropiadas, ni las habrá en tiempo, impide el llamamiento a la calma. Tal y como se expresa resulta más bien voluntarista.

No sé: esto de que nos pronostiquen grandes desastres sanitarios, con lujo de detalles y amenazas, y que a la vez nos digan que no es para tanto, que no exageremos (¡nosotros, que en esto estamos a verlas venir y a lo que nos digan!) y que a ver si dejamos de inquietarnos, resulta chocante. Toda una novedad político-mediática. Es como si un mandamás mundial decide meterse en una guerra y asegura que será incruenta y pronto una población dichosa al ser invadida cantará loores por los vencedores, que pasearán felices por las plazas y las calles. Hasta para las guerras se pide calma, en los últimos tiempos.

Nos aseguran con reiteración que nos viene el Apocalipsis gripal (con vaticinios tremebundos) y, al tiempo, que no pasa nada. Algo falla. O bien el asunto no es para tanto y podemos estar tranquilos, pero en ese caso no se entiende el alarmismo de las informaciones-, o bien llega salvaje la epidemia, por lo que, con la manera propagandística que se formulan, los llamamientos a la tranquilidad no se comprenderían. Nada encaja.

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Esta estrategia comunicativa resulta atroz. Todo es alarmista. Lo son las descripciones de los desastres gripales que nos vienen. Y lo es, sobre todo, la insistencia simultánea en que estemos tranquilos; oído una y otra vez resulta lo más siniestro de esta historia. Todo el mundo sabe lo de aquel que decía que viene el lobo y no venía y que al final llegó. Así que cada vez que nos aseguran, tras los presagios de pandemias universales, que hay que mantener la calma, a uno se le ponen los pelos de punta. Es por eso que, lógicamente, cada vez que se ve un pájaro se le mira a ver si tiene aspecto griposo y entran ganas de liarse a pedradas con el volátil transmisor viral, pues apedrear pájaros forma quizás parte de nuestra herencia genética. Sin embargo, el recurso, además de quedar demodé ahora que nos hemos civilizado, parece que no resulta instrumento eficaz para cortar la epidemia que nos viene o que no nos viene, que de ambas especies se hacen eco las llamadas a la alarma y a la calma.

De esta desconcertante comunicación sólo queda claro que los líderes políticos, sanitarios y mediáticos nos consideran, a los ciudadanos, más bien preadolescentes incapaces de dar con un palo al agua. Suena todo a guirigay con contradicciones. A suponernos incapaces de entender las informaciones, por lo que se opta por alarmarnos en plan protector. Un ejemplo, lo que pasa con los pollos. La gente sigue comiendo pollos sin preocupaciones. El consumo se mantiene y las encuestas aseguran que a nadie se le ha ocurrido dejar de hacerlo. Esto no impide que las noticias, tras dejarlo claro, concluyan pidiendo calma, pues no hay problemas en trasegarlos. La insistencia político-mediática en que no pasa nada por comer pollo acabará mosqueando al personal, que le cogerá aversión, por la lógica sospecha que nace de tantas advertencias innecesarias.

Aquí hay una moraleja: de acuerdo en lo de mantener la calma, pero no estaría de más que no se pusieran tan nerviosos quienes pergeñan la comunicación alarmista que nos pide calma.

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