Reportaje:MÚSICA

Regresa el Príncipe de la Oscuridad

Boris Vian lo bautizó como "un muchacho muy mono con las orejas de fauno"; en su primera visita a París, en mayo de 1949, Miles Davis le agradeció el gesto manteniendo un tórrido romance con la que, por entonces, era la mujer del novelista, Juliette Greco. Acostumbrado a vivir sobre el filo de la navaja, Miles Davis se asomó al reverso tenebroso de la existencia antes de convertirse en el músico más influyente de la historia del jazz. A los quince años de su fallecimiento, su obra revive con la edición conmemorativa Cincuenta aniversario puesta en circulación por su discográfica de (cas...

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Boris Vian lo bautizó como "un muchacho muy mono con las orejas de fauno"; en su primera visita a París, en mayo de 1949, Miles Davis le agradeció el gesto manteniendo un tórrido romance con la que, por entonces, era la mujer del novelista, Juliette Greco. Acostumbrado a vivir sobre el filo de la navaja, Miles Davis se asomó al reverso tenebroso de la existencia antes de convertirse en el músico más influyente de la historia del jazz. A los quince años de su fallecimiento, su obra revive con la edición conmemorativa Cincuenta aniversario puesta en circulación por su discográfica de (casi) toda la vida, Columbia (Sony BMG); un lanzamiento que coincide con la Biografía definitiva del jazzista escrita por el escocés Ian Carr, traducida por vez primera al castellano (Global Rhythm, incluye un DVD con una actuación en Múnich en 1988). A lo largo de sus 670 páginas, apéndices incluidos, Carr, un músico por sí mismo, sigue el rastro de quien avanzó con paso no siempre firme por los territorios de la incertidumbre hasta cambiar el curso de la historia más veces que ningún otro creador de ningún género durante el pasado siglo; sus primeros pasos en la profesión, bajo la tutela sucesiva de su padre -Miles pertenecía a una familia de clase media de Saint Louis- y la del saxofonista Charlie Parker; su existencia de joven diletante, sus periodos de convulsa creatividad y sus no menos recurrentes mutis por el foro; sus filias y sus fobias...

Frente al resquemor que, todavía hoy, produce el "Miles eléctrico" en un sector de la crítica, Carr dedica al periodo las tres cuartas partes del volumen. Bien es cierto que la relación del artista con la música rock estuvo marcada por la ambigüedad: acuciado por la necesidad de hacerse escuchar entre la audiencia mayoritaria y negra, fracasó en su primer intento de hacerse un hueco entre las grandes estrellas. En sus actuaciones en los dos Filmore regentados por el astuto Bill Graham, como en Festival de la Isla de Wight, actuó casi de tapadillo. Nunca más volvería hacerlo: cuando, siendo ya una estrella, Mick Jagger, líder de los Rolling Stones, lo llamó para tocar en un disco del grupo, declinó no muy amablemente la oferta: "Tendrían que haber esperado a que fuera yo quien les llamara". Los análisis musicales de Carr en su libro son modelo de claridad y lucidez. En cuanto a la traducción, Miles Davis. La biografía definitiva aporta una agradable novedad: la calidad de la misma, debida a un auténtico especialista (Eduardo Hojman), resulta excelente desde todos los puntos de vista.

El primer elepé que Miles Davis grabó para Columbia mientras mantenía vigente su contrato con la independiente Prestige escapa a toda discusión: un clásico por derecho propio. 'Round About Midhnight (1955) fue grabado en tres sesiones distintas. Los intérpretes son los mismos en los tres casos, el célebre "quinteto yonqui" de Miles -sus cinco integrantes consumían drogas-, con John Coltrane al saxo tenor. La belleza consolidada de 'Round (el disco original más el recital inédito incluido en un segundo CD) contrasta con la inestabilidad que define la música contenida en los seis discos registrados por Miles entre los años 1963 y 1964.

Seven steps to heaven, de 1963, fue grabado en Los Ángeles y vuelto a grabar en Nueva York. Su contenido desigual viene marcado por la presencia de tres recién llegados: el pianista Herbie Hancock, el contrabajista Ron Carter y el batería de 17 años Tony Williams, un intérprete explosivo cuyo ímpetu cercano al de los músicos de rock empujó al líder hacia territorios inéditos. No tardaría el trompetista en canalizar la energía desplegada por estos tres alevines, más el saxofonista George Coleman.

El concierto de Antibes de julio del mismo año (Miles Davis in Europe), el más sostenido en calidad de inspiración, plantea los términos en los que se va a mover la nueva música de Miles: el motivo melódico, apenas esbozado, se abandona para lanzarse los músicos en el vértigo de la improvisación sans mesure; los tempos se aceleran (y aún habrían de acelerarse más en lo sucesivo) y el propio Miles parece arrastrado por la intensa carga emocional desplegada por su sección rítmica y toca con una furia luminosa nada frecuente. En ausencia de ensayos -una norma que mantuvo el trompetista a lo largo de su carrera-, cualquier cuestión era solventada sobre las tablas, lo que obligaba a los músicos a permanecer en estado de alerta. El clima de excitación resultante llevó al quinteto hasta cotas inéditas en su subsiguiente presentación en Nueva York, en febrero de 1964, contenida en Four & More (las piezas rápidas) y My Funny Valentine (las lentas): dos directos para la historia con alguna pérdida eventual de control por parte de los integrantes de la sección rítmica.

En su nueva presencia escé-

nica de julio de 1964 (Miles in Tokyo), el quinteto sorprende a su audiencia ejecutando sus piezas clásicas a una velocidad endiablada. La sensación de agobio derivada de ello apenas se alivia con el estilo pausado de Sam Rivers, sustituto eventual de Coleman. En Miles in Berlin (septiembre, 1964), el puesto de saxofonista lo ocupa Wayne Shorter, quien resultó ser el único intérprete solista capaz de secundar a Miles en sus excursiones al límite de lo imposible sobre un repertorio que, cada vez más, constituía una mera excusa. Mal grabado, Miles in Berlin es un disco grandioso, no un disco perfecto. Un nuevo reto para un músico acostumbrado a sobrevivir en las más duras circunstancias: la aventura continúa.

Miles Davis a la trompeta, durante un concierto en Valencia en 1985.JESÚS CISCAR

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