Columna

En estado de gracia

Pasé la tarde del último sábado sentado frente al televisor, contemplando la ceremonia de inauguración del Palau de les Arts. Resultó un espectáculo brillante y, a ratos, entretenido. Claro está que los ingredientes con que se cocinaba eran todos de primera calidad. Comenzando por el propio Palau que es un edificio grandioso, con ese punto de exceso y de complejidad -de fácil complejidad- que entusiasma a tantas personas. Yo, que no soy un admirador de la arquitectura de Santiago Calatrava, entiendo, sin embargo, que ejerza esa atracción sobre el público y que los políticos sientan debilidad p...

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Pasé la tarde del último sábado sentado frente al televisor, contemplando la ceremonia de inauguración del Palau de les Arts. Resultó un espectáculo brillante y, a ratos, entretenido. Claro está que los ingredientes con que se cocinaba eran todos de primera calidad. Comenzando por el propio Palau que es un edificio grandioso, con ese punto de exceso y de complejidad -de fácil complejidad- que entusiasma a tantas personas. Yo, que no soy un admirador de la arquitectura de Santiago Calatrava, entiendo, sin embargo, que ejerza esa atracción sobre el público y que los políticos sientan debilidad por ella. Las formas declamatorias del arquitecto valenciano, su ampulosidad, casan muy bien con el gusto de algunos políticos.

El Palau de les Arts es, como digo, un suntuoso edificio y Francisco Camps, con su demostrada vocación por la música, no ha escatimado gastos para realzarlo. Los contratos de los directores Lorin Maazel y Zubin Mehta, un lujo que puede parecer inexplicable cuando los comparamos con la situación de nuestros conservatorios, son un ejemplo. Carece de sentido, por tanto, hablar de un coste excesivo de las obras, como se empeña en hacer la oposición. Naturalmente que se ha gastado mucho más de los previsto en el Palau, pero eso no importa. La rentabilidad de la inversión ha resultado extraordinaria para la imagen de la Comunidad Valenciana y, sobre todo, para la del gobierno de Francisco Camps.

Quienes duden de estas afirmaciones, deberían repasar cuanto ha publicado la prensa sobre la Comunidad Valenciana estos últimos días. Sin miedo a exagerar, puede decirse que la imagen que se tiene de nuestra Comunidad en otros lugares es, sencillamente, fabulosa. Somos una región de fábula. Animo al lector a que lea el editorial que La Vanguardia publicó el viernes pasado, donde se elogiaba el Palau, y se ensalzaba el momento tan extraordinario que vive la economía valenciana. ¿No es curioso que esto suceda en el mismo momento en que nuestros intelectuales insisten en afirmar que somos invisibles en España?

Podemos juzgar exagerado que Camps escriba que "el momento actual (de la Comunidad Valenciana) es comparable a nuestro Segle d'Or, cuando lideramos el intercambio de mercancías y la confrontación de ideas en todo el Mediterráneo", pero tal vez el presidente esté convencido de ello. Y si no convencido, sí que se considere lo bastante fuerte como para decirlo públicamente sin ruborizarse. Razones, desde luego, no le faltan: las encuestas que se publican no pueden serle más favorables. Hoy por hoy, Francisco Camps se muestra imbatible en las encuestas y una mayoría de los valencianos aplaude con entusiasmo su gestión política.

Se podrá objetar que en esos resultados ha influido la situación del PSPV y la incapacidad de Joan Ignasi Pla para crear una alternativa que seduzca a los ciudadanos. No me parece que eso pueda explicarlo todo. Más bien, diría que Camps ha sabido transmitir seguridad gracias a una excepcional situación económica y a unos mensajes simples, muy eficaces, que ha manejado con soltura. Es probable que el día que cambie el ciclo de la construcción, la Comunidad Valenciana entre en un largo periodo de decadencia, pero nadie augura que eso vaya a suceder en un corto plazo. Y no conozco a ningún político preocupado seriamente por el día de mañana.

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